La Pequeña Cerillera (I)
ra Nochevieja, el último día del año y el más frío también. Aun así la Pequeña Cerillera había salido a ejercer su profesión: vender cerillas a los transeuntes. Pero la gente que andaba por las calles no pensaba en comprar cerillas sino en irse de fiesta y en el cenorro que les esperaba en casa de sus padre o de sus suegros. Aquel año no había sido demasiado bueno en la venta de fósforos y viendo que llegaba a fin de mes sin hacer las ventas que su padre esperaba, la cerillera intentó compensar saliendo aquella noche a pesar del mal tiempo.
Había mucha competencia en el mundo cerillil y normalmente los compradores preferían invertir en mecheros. Eran malos tiempos para la pequeña cerillera empresaria. Y si llegaba a casa sin haber hecho las ventas esperadas, sus padre y socio capitalista, le propinaba considerables palizas. Como en aquel entonces no había servicios sociales ni leyes contra el maltrato infantil, la chica estaba indefensa y sólo podía pensar en vender la mercancía y volver a casa con el poco dinero recaudado.
Aquella noche, la gente andaba por las calles con sus trompetillas y matasuegras ignorando a la chica que vendía cerillas. Temerosa de volver a casa con toda la mercancía y sin un duro, la chica, muerta de frío, se arrinconó temblorosa en una esquina. Los labios se le estaban poniendo morados y le castañeteaban tanto los dientes que no podía ni pregonar que vendía cerillas para el niño y la niña. No llevaba puesta ropa de abrigo, es más, iba tirando a harapienta, y además descalza, cosa que no le ayudaba demasiado a mantener el calor. A pesar de haber sido una niña buena todo el año, el Viejito Pascuero no se había portado bien con ella y no le había regalado la caja de cartón que ella pidió para poder resguardarse del frío en noches como aquella en las que tenía que salir a vender. No tenía confianza tampoco en que los Reyes Magos le trajeran nada ese año, ni siquiera un trocito de carbón dulce que comer como postre aquel año. Para la Pequeña Cerillera todo eran desgracias.
Si aun no estáis llorando por la vida tan miserable de esta niña, os diré también que la chica tenía que cocinar, cuando llegaba a casa, la cena para su padre el maltratador y todos sus amigotes borrachos. La madre de la niña había muerto al nacer ésta. Su abuela materna, la única persona que la quería en este mundo, había fallecido aquel mismo mes de diciembre. Y aunque no estudiaba nada la pequeña vendedora de fósforos, si hubiera ido al colegio habría tenido a la Señorita Rottenmeier como profesora, y sus compañeros de clase le habrían esperado a la salida para zurrarla por buena persona. ¿Ya estáis llorando?. Muy bien, ahora podemos seguir con la historia.
Empezó a caer una nevada, y los transeuntes se fueron a sus casas sin darse cuenta de que la cerillera aun seguía en su rincón intentando hacer alguna venta. La chica estaba sentada y acurrucada intentando mantenerse más o menos protegida del frío. Los hornos en las casas ya estaban funcionando con sus buenos pavos dentro y el aroma llegaba hasta la naricilla (con moquetes congelados) de la cerillera, que además de frío también tenía hambre ya que no había probado bocado en todo el día.Con la nevada, bajaron aun más las temperaturas y además se empezó a formar una corriente de aire frío justo en la esquina en la que la chica se había refugiado, pero estaba tan congelada que ni cambiarse de sitio podía.
Se le ocurrió entonces que podría usar uno de los fósforos que llevaba para calentar sus manos un poquito, ya que casi no podía moverlas del frío. Nadie iba a notar que faltaba una de las cerillas, así que sacó un fósforo y ¡risch! lo encendió. ¡Qué calorcito más rico que salía de la cerilla encendida! A la chica le pareció estar delante de una gran estufa encendida bien calentita. ¡Qué agustito que estaba con los pies estirados junto a la estufa! Pero la estufa se esfumó. La cerilla se había consumido por completo.
Rascó otra cerilla contra la pared en la que estaba apoyada y la encendió. Nuevamente apareció una llamita y el humillo hizo que la chica viera a través de la pared que tenía junto a ella. Podía ver perfectamente el salón con una mesa enorme preparada para la cena: un pavo relleno de lo menos cinco kilos, botellas de cava para brindar por el año nuevo, una porcelana muy fina de ésas que solo se sacan en navidades si vienen visitas, la fuente de los turrones, las uvas preparadas en grupitos de doce... Si hasta podía oler todo aquello, ¡qué buena pinta que tenía todo!. La chica vió que el pavo saltaba del plato y se dirigía a ella ofreciéndole probar de su pechuga. Entonces la cerilla se apagó y la niña volvió a ver la fría y húmeda pared del edificio.
Se decidió a encender una tercera cerilla. La rascó contra la pared y otra vez vió la llamita. También vió que se encontraba frenete a un árbol de navidad decorado a todo lujo, con miles de regalos en la base y con un montón de velitas encendidas en las ramas. Estaba el árbol tan decorado que le dió la sensación de estar en el Cortylandia.
El fósforo se apagó y el árbol desapareció. La chica vió las velas del árbol subir hacia el cielo en forma de estrellas, una de ellas cayó como si fuera una estrella fugaz. "Alguien se está muriendo" dijo la niña, que siempre tenía pensamientos alegres. Su abuela, que había estudiado mucho, le había dicho hacía tiempo que cuando una estrella cae, quería decir que un alma subía al cielo.
¿Estáis llorando todos? ¡¿Cómo que no?! ¡Que la que se está muriendo es la niña de los fósforos!. ¡Que se está muriendo congelada, sola y abandonada en la calle el día que se supone es el más feliz del año! Vale, así me gusta, que se os salten las lágrimas o que al menos tengáis un nudo en la garganta. Continuemos.
Con las pocas fuerzas que tenía ya la chica, encendió otra cerilla más (van cuatro, por si habéis perdido la cuenta). Con el resplandor y cual aparición mariana, se le presentó su abuela (aquella que había fallecido y que la quería un montón). "¡Abuelita!" - dijo la chica - "¡Llévame contigo!. No quiero que desaparezcas cuando se apague la cerilla como ha pasado con la estufa calentita, el pavo apetitoso y el árbol lleno de regalos. Me quiero ir contigo" (Continuáis llorando, ¿verdad?). Y la niña encendió todos los fósforos que le quedaban a la vez. Se desprendió tanta luz que parecía que era de día, y la abuela nunca había estado más guapa y más readiante y con menos arrugas. (Música de la Canción de Bernardette suena de fondo, así todo muy épico, sólo se pueden escuchar por encima vuestros "sninf, sninf"). La abuelita estendió la mano hacia su nieta cual Rey de Reyes y la muchacha abrió los brazos para abrazar a su ancestro. Y las dos volaron allí donde no había ni frío ni hambre ni miedo. ("Buaaaaa" - se os puede oir a todos).
En la helada mañana de Año Nuevo, la gente encontró a la pequeña niñita en su rincón, con una sonrisa de oreja a oreja y rodeada de un montón de fósforos consumidos. "Quiso calentarse" - dijeron los paseantes. Pero ninguno de ellos supo lo feliz que fue la niña y con qué gloria había entrado en el Nuevo Año junto a su abuela.
Ahora mismo deberíais estar llorando a moco tendido. Si no es así, volved a leer la historia desde el principio. Si efectivamente estáis llorando, el cuento ha cumplido su cometido.
4 Comentarios:
Buaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!
Por Di, el 10 junio, 2007 18:56
verdaderamente es una obra maestra que podemos utilizar para difundir valores en este momento de la actualidad mi hija y yo lloramos con este cuento que es capaz de llenar de ternura hasta el corazón más fuerte.
Por Anónimo, el 07 julio, 2007 21:10
este cuento nos enseña que aunque estemos pasando por situaciones dificiles siempre existe alguien más con un problema mayor.
Por Anónimo, el 07 julio, 2007 21:12
Si quieres escuchar este cuento, con voz, no dejes de visitar nuestro cuentacuentos de los viernes.
Aleteos!
Por Anónimo, el 20 diciembre, 2007 14:13
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