Los zapatos rojos (II)
Enlace a parte (I)
n día la señora se puso muy enferma, y los médicos dijeron que necesitaba cuidado constante porque se estaba muriendo y que Karen debería atenderla, pero precisamente esa misma tarde había un gran baile y Karen, que estaba invitada, quería asistir. Pensó que a nadie le haría daño que ella fuera a la fiesta, la vieja estaba descansando y acababa de darle las medicinas. Así que buscó los famosos zapatos rojos, que su madrastra había escondido después del numerito que había montado la chica aquel día en la puerta de la iglesia, se los puso y se fue al baile.
Una vez en el salón de baile la chica comenzó a bailar, pero cuando ella se quería mover hacia la izquierda, sus zapatos le hacían ir hacia la derecha, cuando ella quería moverse hacia delante, los zapatos le hacían dar una vuelta. Es como si tuvieran vida propia. Si sonaba un vals, los zapatos bailaban un cha-cha-chá. Y siguió bailando y bailando. Los zapatos hicieron que bailara para salir del salón e ir a la calle. Iba bailando por la calle como los Jetz y los Sharks de West Side Story.
Los zapatos le llevaron, haciendo el moonwalk hasta el parque. Se le hizo de noche en el parque, mientras bailaba y ella estaba asustadísima. Mientras hacía un demi-plié en frente de un árbol, vio ante sí la imágen del anciano de la puerta de la iglesia que le decía: "¡Pero mira qué preciosos zapatos de baile". ¡Se quería arrancar los zapatos pero ya!. Pero los zapatos eran unos con los pies, era imposible quitárselos.
Karen, en plan Drama-Queen, no se puede quitar los zapatos rojos.
Bailaba noche y día, bailaba por campos y praderas, por el bosque y las calles del pueblo, twist, mambo, sardana, muñeira. Bailó hasta en el cementerio. Pasó por delante de la iglesia y al ver la puerta abierta entró en ella. Allí vio una estatua de un ángel que tenía una espada en la mano. Mientras ella bailaba "el baile de los pajaritos", el ángel le dijo: "Baila, baila, tienes que bailar. Bailarás por todas partes, allá donde los niños pequen de vanidad, bailarás hasta que no puedas más y aun así bailarás mas. ¡Baila, baila!". "Tened un poco de piedad, señor ángel, ¡piedad!" - chilló ella, pero ya sus pies le habían sacado de la iglesia mientras bailaba una Polca.
Una madrugada pasó por delante de una casa que conocía muy bien, de ella salían unos hombres con un ataúd a los hombros; la anciana que tan bien la había cuidado había muerto. La chica estaba apenadísima, aunque no lo pareciera a juzgar por el Foxtrot que se estaba marcando, pues estaba sola en el mundo y hasta Dios la había abandonado y maldecido a través del ángel aquel.
Bailando y bailando, agotada y sin poder ni con su alma, llegó hasta una casa muy retirada que era donde vivía el verdugo del pueblo. Ella llamó a la puerta y el verdugo salió a abrir. Mientras bailaba un aurresku vasco, Karen le contó todo lo que le había pasado: "Y por eso quiero que me cortes los pies", dijo ella. "Pero yo no sé cortar pies, chica, yo sólo sé cortar cabezas". "No, la cabeza, no, los pies, córtame los pies". El verdugo hizo como ella le pidió y le mutiló los pies con los zapatos rojos. Los zapatos se fueron bailando con los piececitos de la chica dentro, y dejando un reguerillo de sangre de camino al bosque.
El verdugo, que era muy apañadito, siempre tenía el hacha desinfectado, por lo que la chica no se agarró ninguna infección en sus recien estrenados muñoncitos. El hombre, que además de verdugo era ortopedista, le hizo unos pies de madera y le dio unas muletas para que pudiera valerse por sí misma. Karen, agradecida, besó la mano que había empuñado el hacha que la había dejado cojita para toda la vida, y sin preocupaciones sobre qué zapatos ponerse.
Como ya estaba libre de los zapatos malvados, Karen decidió que ya podía ir a la iglesia a ponerse en paz con Dios, puesto que ya había sufrido bastante con aquel calzado, que aunque nunca le había hecho ni una rozadura, realmente eran unos zapatos endemoniados.
Pero cada vez que intentaba entrar en la iglesia, se interponían en su camino los zapatos rojos que danzaban con los restos de sus piececitos dentro. A Karen, aquello le daba tanto miedo que no entraba en la iglesia.
Decidió pedir trabajo en casa del párroco donde podría servirles a él y a su familia. La esposa del pastor se sintió tan apenada por ella que la tomó para que la ayudara con la casa y la prole. Karen era querida por todos y, aunque no era buena fregando suelos porque no se acababa de manejar bien con las muletas, hacía vida normal con la familia y cuando el señor de la casa leía la Biblia en voz alta, ella atendía como la que más. Pero los domingos no se atrevía a ir a la iglesia, le daba pánico encontrarse con los zapatos rojos.
Un domingo que toda la familia había ido a misa y ella estaba sola en su minúscula habitación, leyendo su misal, toda beata, y llorando a lágrima tendida, pidió piedad en voz alta. Y, de pronto, se le apareció el ángel aquel que le había echado la maldición de la momia cuando había entrado a la iglesia bailando. Esta vez el ángel no iba armado con una espada, sino con una rama verde llena de rosas. Y usando la rama cual varita mágica, el ángel hizo que el dormitorio de la chica se convirtiera en la iglesia y que ella estuviera sentada, en vez de en su cama, en el banco donde estaba la familia del cura.
Sus vecinos de banco le dijeron que había hecho bien en ir a la iglesia a oir la misa, y ella dijo que había sido la bondad del Señor y sonó una música digna de Los Diez Mandamientos de fondo. El corazón de la chica se llenó tanto de paz, de alegría y de gozo que estalló (los médicos lo llamaron "paro cardíaco"), y ya nadie le volvió a comentar nada sobre los zapatos rojos.
1 Comentarios:
Qué cuento más inquietante.
En la versión "para niños" que yo leí de pequeña, no había mutilaciones, sino que la niña bailaba y bailaba hasta morir agotamiento.
Está claro que el cuento es de tradición cristiana.....castigar la coquetería de una manera tán cruel, no me digas....
Por Di, el 20 febrero, 2007 13:47
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