Cuentitis aguda

domingo, octubre 15, 2006

Piel de Asno (I)

É
rase una vez un matrimonio de reyes. El rey era muy sabio y todo un profesional con su trabajo. Gobernaba a las mil maravillas y todo el mundo le quería. El rey había hecho que en su reino reinara la paz (bueno, principalmente reinaba él) y potenció que se desarrollaran las artes. La reina era la más guapa del mundo mundial por aquel entonces, era muy fishna y elegante y sabía hacer feliz al rey en todos los aspectos. Del feliz matrimonio había nacido una niña, una única niña a la que querían los dos un montón. La niña había tenido suerte en el reparto genético y era tan guapa como la madre y muy dulcecita.

El reino y los reyes eran felices. Disponían de todo cuanto podían necesitar y tenia todos los lujos que se puedan imaginar, tanto era así que hasta en el establo tenían tesoros, de hecho uno de los más preciados del castillo. Allí tenían alojado, con todas las comodidades (e incluso más) a un sin par asno. El asno era muy lustroso y limpio, tanto era así que en vez de boñigos, el asno echaba monedas de oro. Las monedas eran de curso legal, incluso salían con el careto de los reyes, como si el asno las acuñara en sus propios intestinos. He de decir que las monedas salían limpias (nada de poner esas caras) y que eran recogidas todas las mañanas por el recogedor de monedas de burro real.

asno acuñandoEl asno acuñando monedas, versión para todos los públicos.

Llegó un día, como suele pasar en estos cuentos, en el que a la reina le dio un tabardillo y se puso muy enferma, nadie sabía como curarla así que el rey la veló durante toda su enfermedad (fue poco tiempo, la verdad). La reina, viéndose tan enferma le dijo a su marido.
“Querido, has de prometerme una cosa antes de que muera”
“Lo que sea, por dios, reina mía, lo que sea pero no hables así” – lloriqueaba el rey.
“Sé que cuando haya muerto volverás a querer casarte”
“Uy, por dios, ¿cómo puedes pensar eso? Es a ti a quien quiero y no podría casarme con ninguna otra”
“Te conozco demasiado bien y sé que lo harás. Debes prometerme que si te decides sólo te casaras con una mujer que sea más bella que yo” – la reina, que no era modesta que digamos, estaba muy segura de su belleza y que el rey, prometiendo ésto, no se volvería a casar.
“Te lo prometo, querida, te lo prometo”- Y entonces la reina murió (ya había dicho lo que quería decir) en los brazos de su esposo.

El rey lloro todo y más, la gente pensaba que se le iban a secar los lagrimales. Nunca antes se había visto llorar tan desesperadamente a un rey. Lloró todo el día y todos los días, todos los días durante 2 meses, al tercer mes pensó que ya era hora de volver a casarse.

Como había hecho la promesa a su reina, empezó a buscar por todas partes a una mujer más bella que la difunta. Buscó en su reino y en los reinos vecinos pero nada encontró. Todo el mundo sabía que la reina era la más guapa y ninguna otra mujer podría ser comparada con ella, ninguna salvo su propia hija. La princesita era clavadita a la madre en todo, añadiendo a su favor la juventud y la inocencia de sus quince primaveras. Le rey, que no era tonto, se dio cuenta y entonces puso los ojos en su hija, incluso encontró un cura que le haría trapicheos ante la Iglesia para que se viera bien el matrimonio entre un rey y su propia hija natural.

La princesita lloró y lloró desconsolada, no quería casarse y menos con su padre (en eso de llorar a quien era clavada era a su padre). Solo vio como solución ir a hablar con su madrina, así que para la casa de la mujer que se fue. Como la madrina estaba siempre enterada de todo, ya sabía por qué la princesa iba a verla así que ya tenía preparados unos consejos.

Piel de Asno busca consejoLa madrina promete a Piel de Asno que tendrá un bonito fondo de armario.

La madrina le aconsejó a la princesa que le dijera al rey que si quería casarse con ella debería regalarle un vestido más bonito que el cielo en un día de primavera (un día no lluvioso se entiende). La madrina era un tanto cursi a la hora de elegir ropa, eso era evidente, pero la princesa siguió el consejo y le pidió al rey el vestido. El rey, que era muy poderoso, dio un par de órdenes y al día siguiente le entregó a su hija el vestido deseado, el más bonito que jamás se hubiera visto, de un azul cielo brillante y con hilos de oro bordado que a la princesa le sentaba a requetebien. Ella en vez de alegrarse se puso a llorar otra vez de camino a casa de su madrina.

A la madrina se le ocurrió que la princesa debería pedirle al rey como prueba de amor que le regalara otro vestido, más lujoso y elegante, que fuera del color de la luna y tan resplandeciente que hiciera palidecer a su lado a todos los astros del firmamento (la madrina no tenía precio como cursi, no me digáis). La madrina estaba convencida que con los datos que le daba a la princesa sobre el color del vestido, al rey le iba a ser imposible regalárselo. Pero al día siguiente de que la princesa le hubiera pedido el nuevo vestido al rey, él se lo entregó. Era un vestido nacarado con piedras preciosas incrustadas e hilos de oro.

La princesa, después de ver ese vestido y como ella era tan superficial y materialista estuvo a punto de aceptar el casarse con el rey, pero la madrina le echó el freno y le dijo que volviera a pedir otro vestido, esta vez mucho más brillante y del color del sol. Al día siguiente el rey se presentó con el vestido, de tela con diamantes engarzados y oro por todas partes, un esplendor que ni el propio sol podía mostrar, así de sencillas eran las peticiones de la dichosa princesita.

La madrina, analizando la situación y que por mucho que pidiera cosas complicadas y carísimas el rey iba a encontrar la forma de dárselas a la princesa,
“Hija mía, cómo no te va a dar el rey todo lo que le pidas si tiene un montón de dinero que sale de una fuente inagotable, el famoso asno que le proporciona monedas todos los días. Creo que la única solución para evitar el bodorrio sería que le pidieras a tu padre la piel de ese asno”
La princesa se fue tan contenta al rey y le pidió la piel del asno tal y como le había dicho su madrina. El rey, que estaba cegado por el amor a la princesa, le entregó lo que le había pedido, la piel del asno que soltaba monedas de oro. Ahora sí que lloró la princesa, pero la madrina, que tenía ideas para todo, le dijo.

“Como aun estamos en el medievo pues no puedes denunciar a tu padre por acoso sexual (nadie nos haría caso). Se me ha ocurrido que entonces lo único que te queda ahora es salir por piernas del reino. Tienes que salir disfrazada para que nadie te reconozca. Vístete con ropas de campesina y ponte encima la piel del asno que está muy limpia por dentro y por fuera y sal del reino, ve a un lugar lejano donde el rey no te pueda encontrar. Ah, y no te preocupes por tu fondo de armario. ¿Ves este baúl? Pues es mágico” – dijo la madrina que era hada también (como suelen ser las madrinas de los cuentos) – “El baúl te seguirá allá donde vayas, te seguirá bajo tierra y cuando quieras que suba no tendrás más que llamarlo por su nombre, Manolo. Así que mete dentro de él solo lo imprescindible, es decir, tus tres vestidos nuevos, tan sencillos y discretos, y tus joyorros de diamantones y piedras preciosas”.

La princesa hizo todo lo que le dijo su hada madrina (me pregunto si se hubiera tirado a un pozo si la madrina se lo hubiera sugerido) y metió en el baúl Manolo lo imprescindible, se puso la piel de asno y se alejó del reino. La princesa caminó y caminó, en algunos trechos hizo autostop a las carretas que pasaban. Por fin llegó a un reino muy muy lejano y decidió quedarse allí porque estaba muy cansada de un viaje tan largo.

piel de asnoPiel de Asno en un robado-posado.

... continuará...