Cuentitis aguda

miércoles, julio 25, 2007

Hermano y Hermana (I)

C
ienes y cienes de días infelices y cienes y cienes de palizas por parte de su madrastra hicieron que Hermano le propusiera a Hermana huír de casa. "Ya no aguanto más, Hermana, mira que somos desgraciados desde que se murió nuestra querida madre. Y nuestra madrastra no podría ser peor. ¡Qué lástima que aun no se hayan inventado los servicios sociales! Nuestra madrastra sólo nos da de comer pan del día anterior, unas veces gomoso y otras veces muy duro. ¡Y menudos filetones que le da de comer al perro! A este paso nos vamos a quedar esmirriados. Y no te creas que tenemos muchas esperanzas de llevar una vida mejor mientras vivamos bajo el mismo techo que ella. Y por éso precisamente nuestra única solución es pirarnos de casa. ¿Te apuntas?". Hermana pensaba igual que Hermano y aunque le daba miedo aquello de irse los dos solos por el bosque y más saliendo de casa a las ocho de la tarde, decidió, ¡qué leche!, que se iba con su hermano por esos mundos de dios.
Hermano y Hermana anduvieron y anduvieron. Caminaron durante todo un día sin parar, por colinas y llanos, bosques y montañas. Estaban tan cansados que, como pudieron, se arrastraron al interior de un árbol hueco que vieron en el bosque y se quedaron dormidos ipso-facto, los dos acurrucados uno contra el otro.
Cuando despertaron era ya de día y el sol estaba en lo alto y pegaba a base de bien. "Hermana, ¡qué sed que tengo! Necesito beber agua pero ya" y agarró a su hermana de la mano y la llevó en busca de un arroyo.
La madrastra de los niños no era mala sin más, además era una bruja, no sólo porque le gustara criticar a las vecinas, sino porque también tenía conocimientos de magia negra, de ésa que hace pupa a los niños. Y como había seguido a sus hijastros hasta el bosque y sabía perfectamente por donde se andaban, había lanzado conjuros a diestro y siniestro a todos los arroyuelos de la zona.
Hermano vio un pequeño río y se le hicieron los ojos chiribitas "Ahora mismo voy a beber de este riachuelo de aguas cristalinas, que tengo una sed..." Pero Hermana, que había estudiado idiomas, entre ellos el de los árboles movidos por el viento y el de las aguas que corren por los bosques, pudo entender que el río decía: "Aquel que beba de mí se convertirá en un tigre" Hermana, sabiendo que aquella transformación no se refería al poderío sexual de quien bebiera, gritó: "Oh, Hermano, te suplico que no bebas de esas agua cristalinas o te transformarás en un animal salvaje y me matarás de un zarpazo. Y además te sentirás muy solo porque no hay muchos tigres de Bengala por estos lares". Hermano tenía muchísima sed pero no bebió de aquellas aguas y prometió esperar hasta encontrar el siguiente arroyo.

No bebas de ahíNo bebas de ahí, por la gloria de tu madre.

Llegaron al siguiente arroyo y Hermano se lanzó en plancha puesto que tenía tanta sed que podría encender una cerilla contra su lengua. Pero Hermana volvió a entender lo que decía el riachuelo: "Aquel que beba de mí se convertirá en un lobo". "Oh, Hermano, te suplico que no bebas tampoco de estas agua cristalinas o te transformarás en un lobo y me comerás". "Mira, hermana, que tengo ya una sed que no puedo con mi alma y sólo de ver esas aguas tan cristalinas y saber que es verdad lo que me estás contando me entran los siete males. Pero porque me lo pides así, no beberé agua ni me convertiré en lobo ni te comeré, pero ¡vamos corriendo a ver si vemos otro sitio donde pueda conseguir agua!"
A la carrera, llegaron a un lago de aguas fresquísimas y muy claras y ahora sí que sí a Hermano los ojos se le salían de las órbitas. Y nuevamente Hermana entendió lo que decía el agua: "Aquel que beba de mí se convertirá en un ciervo". "Oh, Hermano, te suplico que no bebas tampoco de estas agua cristalinas o te transformarás en un ciervo y saldrás huyendo de mí". "Corriendo tendría que haber salido ya, tía pesada, que me muero de sed y por pitos o por gaitas no me dejas beber a mis anchas. ¿Sabes lo que te digo? Que si me tengo que convertir en ciervo, que así sea, que voy a beber ya. ¡Qué hermana más plasta que tengo!" Y Hermano bebió el agua más rica y fresca que había probado nunca, y como había advertido Hermana, el chico se convirtió en cervatillo, un cervatillo saciado, pero cervatillo al fin y al cabo.
Hermana lloró y lloró desconsolada por su pobre hermano encantado. Hermano no lloró porque los ciervos no lloran, pero sí que se encontró muy apenado.
"Bueno, no importa" - dijo Hermana completamente recuperada de su incesante llanto - "Nunca te abandonaré y cuidaré de ti para siempre jamás". Hermana arrancó una cinta de su mandil dorado y la ató al cuello de Hermano-ciervo. Anduvieron por el bosque hasta que encontraron una cabaña abandonada pero en perfecto estado. Hermana decidió que sería un lugar ideal para vivir. Apañó una cama con hierbas para que Hermano pudiera dormir cómodamente y todas las mañanas y las tardes, la chica salía al bosque en busca de frutos y nueces para ella y de hierbas apetitosas para su hermano-cervatillo. Por la noche, la chica dormía reclinada sobre el lomo del cervatillo y todo parecía feliz (salvo por el hecho de que Hermano era un ciervo y no una persona).

TransformaciónHermano siempre tuvo problemas con la bebida.

Y pasaron así muchos días bucólicos, hasta que un día pasó por el bosque el rey de aquel condado que había organizado un festival caceril precisamente en aquel lugar. "Tururú" - se oían por todos los rincones del bosque - "Tururú" - las trompetas que llamaban a la caza. Venga follón de perros de presa, de caballos relinchando y de nobles y séquito que se preparaban para la cacería.
Hermano estaba todo revolucionado. "Déjame ir, Hermana, por favor. ¡Qué sonido más atractivo! Déjame ir que me apetece ir a la cacería". "¡¿¡Pero tú eres tonto o eres tonto!?!" Y tanto suplicó Hermano a su hermana que al final ésta tuvo que rendirse. "Vale, pero ten mucho cuidado y, como no tienes bolsillos para llevarte las llaves de casa y con las pezuñas tampoco podrías manejar el pomo, cuando vuelvas por la noche a casa recuerda llamar a la puerta y decir 'Querida hermana, abre que ya he vuelto'. Si no me dices esas palabras no abriré la puerta, que lo sepas". Hermano le prometió que así lo haría y salió todo contento a disfrutar con la cacería.
El rey y los cazadores vieron el ciervo tan hermoso y empezaron a perseguirle, pero por mucho que corrieron no consiguieron alcanzarle. Cuando llegó la noche, Hermano llamó a la puerta de la casita del bosque y dijo: "Querida hermana, abre que ya he vuelto". La puerta se abrió y Hermano entró corriendo derechito a su cama a dormir.

De caceríaDisfrutando de un gran día de cacería.

A la mañana siguiente, se volvieron a oir las trompetas y los gritos de los cazadores. Hermano no podía seguir durmiendo, tenía que salir por el bosque otra vez. "Hermana, abre la puerta que tengo que salir". Hermana abrió la puerta y antes de que Hermano saliera le recordó que debería decir su frase cuando volviera a casa.

... continuará...