Piel de Asno (II)
Enlace a parte (I)
omo la princesa no podía vivir del aire (como hacen todas las princesas) porque se había emancipado, decidió buscarse un trabajo a tiempo completo en una granja. Como la chica iba mas bien sucia (no se había cambiado de ropas en todo el viaje ni se había aseado porque estaba mal acostumbrada a que sus criadas se encargaran de todo) y cómo no sabía hacer nada de provecho (recordemos que era una princesa) pues solo le pudieron ofrecer un trabajo de porqueriza y friega todo. Piel de Asno (así la llamaban todos porque no se quitaba nunca la piel del asno que le había regalado su padre) se puso muy contenta con su primer trabajo que había conseguido ella sola sin necesidad de enchufes y ni de escribir un solo currículo, además que por tener un puesto como porqueriza tenía también derecho a una casita muy modestita y mona en la granja para la que trabajaba.
Así que allí que se instaló y trabajó como la que más. Sus compañeros se burlaban de ella y de lo sucia que iba siempre, a todos les daba asco incluso el acercarse a ella. Todo ésto hizo a Piel de Asno poco sociable, en cuanto tenía un día libre se lo pasaba en su casita sin salir. Nada más llegar a su casita cerraba la puerta a cal y canto y llamaba al baúl Manolo. El baúl hacía acto de presencia y entonces Piel de Asno se aseaba y se ponía alguno de los vestidos que tenía guardados en el baúl, unos días el del color del cielo, otros el del color de la luna y otros el del color del sol. Antes de ponerse uno de esos vestidos, tenía que echar las cortinas porque del resplandor que irradiaban podía llamar la atención de sus compañeros de trabajo. No sólo se ponía los vestidos sino que también se peinaba muy mona, se pintaba la raya del ojo y se ponía una selección de sus muchas joyas. Y era en ese momento cuando se podía ver toda su belleza que ella ocultaba los días de diario debajo de un montón de porquería.
Os preguntaréis por qué Piel de Asno se puso a trabajar pudiendo vender o empeñar sus vestidos y sus joyas. Piel de Asno era un tanto materialista (como ya os habréis dado cuenta) y ya podría estar muriéndose de hambre que no se desharía de sus mejores tesoros, por eso prefería limpiar cerdos y en las tardes libres disfrutar de sus sencillas posesiones.
La granja en la que trabajaba Piel de Asno pertenecía a un rey muy rico y poderoso. Este rey tenía un hijo muy atractivo que solía salir de cacería y a la vuelta de su actividad social descansaba unas horitas en la granja. Piel de Asno se quedaba siempre embobada mirándole pues le encontraba el joven más apuesto de cuantos había visto a lo largo de su vida. El príncipe sólo veía a Piel de Asno como una porqueriza llena de mugre y un tanto asquerosa e impertinente por quedársele mirando siempre con la boca medio abierta y cayéndosele la baba. Y Piel de Asno pensaba para sí. “Qué feliz debe de hacer el príncipe a la joven que sea su amada. A mí con que me regalara un vestidito de nada, muy humilde y sencillo, me sentiría más honrada que con todos los míos”. La chica estaba realmente obsesionada con los vestidos, no sé si por fetichismo o por simple materialismo.
Piel de Asno pensando en qué vestidos pedirle al príncipe.
Resultó que un día, el príncipe estaba dando un paseo por la granja y por casualidad pasó por la puerta de la casa de Piel de Asno. El príncipe vio un resplandor que salía por la cerradura de la puerta de la casa y como era un cotilla de tomo y lomo, no lo pudo evitar y se asomó por la cerradura. Era día de fiesta así que Piel de Asno estaba toda arregladísima, tan sencilla y tan discreta, con su vestido de diamantes, piedras preciosas e hilos de oro. El príncipe quedó encandilado con la joven a la que estaba viendo y no tanto por el vestido y las joyas como por la belleza de la chica. Era tan fina, tan guapa, con una cara de óvalo perfecto, una piel tan blanca y fina y era tan sencilla y tan discreta que el príncipe se enamoró al instante.
El príncipe pasó los días siguientes en su castillo totalmente desganado y cabizbajo. El pobre hombre no se quitaba de la cabeza la imagen de la joven que había visto a través de la cerradura. Según parece esto de que la princesa fuera la causa de la obsesión de las monarquías era algo normal. El príncipe investigó a ver quién podía ser aquella chica perfecta, diosa de la belleza y el centro de todos sus pensamientos.
“En la casa esa que describís, señor, vive Piel de Asno” –le dijo uno de los empleados de la granja al que preguntó – “pero os aseguro que no es hermosa como decís, es una porqueriza harapienta que va siempre sucia y con una capa de mugre que no se quitaría ni con níquel-nanas. Y además es mas fea que un dolor”
El príncipe seguía desganado y hasta dejó de comer. Su madre preocupada (para eso era una madre) le pidió que comiera un poquito al menos. Él no paraba de llorar (esto de llorar debía ser cosa de la época, no tanto un particular de la familia de Piel de Asno) y dijo que solo comería un pastel preparado de manos de Piel de Asno.
La reina, que era muy madre y que tenía mimadísimo a su único hijo, pues se fue a la granja y encargó que Piel de Asno hiciera un pastel para el príncipe. Por mucho que hablaron a la reina de lo fea y desagradable que era Piel de Asno, ella siguió en sus trece de conseguir comida para el príncipe.
Piel de Asno no era buena cocinera (por no decir que era mala), no estaba acostumbrada a acercarse a la cocina mientras vivió en su palacio, pero como eso de la independencia te hace espabilar pues se agenció una receta de un pastel que siempre quedaba bien (y en aquella época era difícil encontrar recetas así porque no se podia hacer un “google” de “príncipe enamorado pastel chuparse dedos”). Era día de fiesta así que Piel de Asno se puso sus mejores galas y su mas caros joyorros y manos en la masa, no quería hacer esperar al príncipe que le hacía babear. Trabajó un montón en el pastel, tanto que no se dio cuenta que uno de los anillos de esmeraldas que llevaba puestos, con una piedra del tamaño de una moneda de euro, se le había caído dentro de la masa.
Piel de Asno cocina con la ropa de andar por casa.
Los criados llevaron ante el príncipe el pastel cocinado por Piel de Asno y el se lo comió con mucha hambre. Nunca había comido nada que le gustara más. Con tanta ansia se lo comió que casi ni masticaba y un pelillo le faltó para tragarse el anillorro de Piel de Asno. El príncipe lo escondió debajo de una de sus almohadas para poder recordar lo finas que eran las manos de su amada, pues estaba claro que el anillo era de ella y que, por lo estrecho del aro de oro, los dedos debían de ser los más finos del reino.
El príncipe empeoró de su enfermedad, cada día estaba más delgado y más desganado. Los médicos de la corte que sabían mucho, diagnosticaron mal de amores y le recetaron un matrimonio. El príncipe se hizo de rogar, pero al final dijo que se casaría pero sólo con aquella joven del reino a la que le valiera el anillo de esmeralda. La condición que había puesto el príncipe era muy rara pero el pobre hombre estaba tan enfermo que nadie le puso ninguna pega y allá que se fueron los encargados de encontrar a la futura princesa por el reino.
... continuará...
2 Comentarios:
has puesto "acercarse a la cocina" con hache (hacercarse)...Ala...digo..hala!:-)
Por Anónimo, el 18 octubre, 2006 15:49
Rectificado
Por marijelo, el 20 octubre, 2006 18:00
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