Cuentitis aguda

miércoles, febrero 20, 2008

Garbancito (II)

Enlace a parte (I)

D
urante la vuelta a casa, Garbancito siguió canturreando:
"Pachín, pachín, pachán. Mucho cuidado con lo que hacéis. Pachín, pachín, pachán. A Garbancito no piséis."
Recordemos que Garbancito tenía las piernecitas muy cortas y que por tanto la gran aventura de ir a por el azafrán le había costado sus buenas cuatro horas.
Cuando su madre le vió llegar con la bolsita de azafrán se puso infinitamente contenta, que ya pensaba que tendría que salir a buscar a su nene. El arroz que había estado preparando se había pasado completamente y lo había tenido que tirar a la basura, pero para que Garbancito no se sintiera mal, se puso a cocinar otra paella, total, tenía toda la tarde hasta la hora de la cena... Y mientras se ponía con la nueva paella, le soltó unos cuantos piropos a su nene, que si qué niño más bueno era porque ayudaba a sus padres, que si qué valiente por atreverse a ir sólo a la tienda... Garbancito pensó que por fín le daría su madre una propineja que se había ganado, pero ella le convenció de que la moneda no le cabría en el bolsillo. La mamá de Garbancito vio un filón ahora que el niño le podría ayudar con algo más útil que enhebrar agujas y le preparó una pedazo de cesta con la comida para que se la llevara a su padre, que estaba trabajando en el huerto. Como Garbancito tenía subidón de autoestima, le dijo que sí, que le diera la cesta y que él la llevaba para que comiera su padre. "Y mete unas buenas butifarras que podré con ellas también".
Garbancito, con el entrenamiento de la mañana acarreando moneda y bolsita de azafrán, había hecho unos bíceps interesantes y pudo acarrear la cesta tan ricamente. Su madre se quedó un poco preocupada por Garbancito, pero entretenida haciendo el sofrito.
De camino al huerto de su padre, Garbancito canturreó su canción una y otra vez (no porque la gente le pudiera pisar, porque por el campo no pasaba nadie, sino porque la canción era un rato pegadiza).
"Pachín, pachín, pachán. Mucho cuidado con lo que hacéis. Pachín, pachín, pachán. A Garbancito no piséis."
Cuando Garbancito salió de su casa hacía un día precioso, todo despejado, pero con lo lento que era, para cuando quiso llegar a mitad de camino empezó a llover. Su padre estaría seguramente hambriento pues ya habían pasado unas cuantas horas desde la hora de la comida. Garbancito no quería que la comida de su padre se mojara con la lluvia, así que se sentó debajo de una col a esperar a que aquello escampara.

Garbancito echándose una siestaGarbancito echándose una siesta bajo la col

Pero resulta que pasó por allí un buey que andaba paseando bajo el chirimiri (tormenta monzónica para Garbancito). Vio la col tan hermosa que se la zampó junto con el cesto, las butifarras y a Garbancito, todo de un bocado.
El papá de Garbancito se empezó a impacientar porque tenía hambre, ya eran las siete de la tarde y nadie le había llevado su comida. Cuando llegó a casa le preguntó a su mujer por su comida. Ella le contó que Garbancito había salido hacía bastante tiempo a llevarle la comida al huerto. Se empezaron a poner nerviosos los dos y decidieron salir en busca de su mini-hijo. De camino al huerto iban gritando: "Garbancito, ¿dónde estás?". Pero no oían respuestas. Fueron de camino al pueblo y seguían gritando: "Garbancito, ¿dónde estás?". Nadie le había visto durante la tarde. Todo el pueblo se empezó a preocupar y salieron todos en busca del vecino más bajito de la comarca. Las gentes gritaban: "Garbancito, ¿dónde estás?". Nada. Nadie contestaba.

Habitantes del puebloGarbancito, ¿dónde estás?

Todos juntos: padre, madre y vecinos, pasaron por un prado, donde había un buey tumbado reposando, gritando y llamando a Garbancito: "Garbancito, ¿dónde estás?". De pronto se escuchó una vocecilla que decía: "En la barriga del buey, donde no llueve ni nieva". Como no lo habían escuchado muy bien, a pesar de que las barrigas de los bueyes hacen eco y todo garbancito que chille dentro puede escucharse desde el exterior, aunque haya cientos de personas hablando y gritando. Ahora todos al unísono gritaron: "Garbancito, ¿dónde estás?". "Que os he dicho que en la barriga del buey, donde no llueve ni nieva".
"¿Y cómo sacaremos a Garbancito de la barriga del buey?" - dijo la mamá de Garbancito. "¡Purgaremos a la res!" - dijo uno de los vecinos. El papá de Garbancito, que era muy previsor para estas cosas, siempre llevaba un purgante para ganado vacuno en el bolsillo. Se lo dió al buey, el cual echó hasta la primera papilla, junto con la col a medio digerir, la cesta de comida y a Garbancito. Garbancito salió muy sucio de la barriga del buey, pero a sus padres no les importó y le abrazaron y besaron (con cuidado de no aplastarle ni tragársele). Y todos juntos se fueron a casa de Garbancito a comer la paella que había estado cocinando su mamá, que también era una señora muy previsora y siempre hacía comida para un regimiento.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.