Cuentitis aguda

domingo, febrero 10, 2008

Garbancito (I)

É
rase una vez, hace muchos años, un matrimonio que no conseguía tener hijos por mucho que lo intentaran. Como eran muy pobres, no se podían permitir ir a una clínica de fertilidad, y sólo les quedaba seguir y seguir intentando tener un bebé. Finalmente la mujer se quedó embarazada y el matrimonio se puso muy contento.
El embarazo fue un poco extraño puesto que la tripa de la mujer no crecía demasiado. En las ecografías salía que efectivamente había embarazo, pero el fetito no crecía. Al cabo de los nueve meses, la señora se puso de parto. El matrimonio se fue corriendo al hospital. Después de discutir mucho con la mujer que estaba en recepción que no se creía que la paciente estuviera embarazada de nueve meses, consiguieron que les pasaran a paritorio. Una contracción, y la mujer dio a luz. El hijo era muy muy pequeño, del tamaño de un garbanzo, pero pese al tamaño todo parecía estar bien y no necesitaron tenerle en incubadora.
Como el niño era tan pequeño, los padres decidieron llamarle Garbancito, a pesar de las pegas que les puso el encargado del registro civil.
Pasaron los años y Garbancito ya caminaba y hablaba, pero no crecía en tamaño. La madre de Garbancito le hacía ella misma la ropa porque no vendían ropa de talla nano-Small (S*10^-9). La pobre mujer se destrozaba la vista cada vez que tenía que hacer un ojal en la ropa de su hijo, o coserle un tomate del calcetín. Garbancito era un buen hijo y le gustaba ayudar a sus padres en todo lo que podía, lo cual era bastante poco... La verdad es que en lo único en que podía ayudar era enhebrando agujas. Los padres de Garbancito se lamentaban un poco porque su hijo no les podía ayudar con las labores del campo, aunque al menos el chico no comía mucho.
Un día la mamá de Garbancito estaba cocinando una paella, y se dio cuenta de que le faltaba azafrán. Garbancito, que siempre andaba rondando por la cocina por si podía ayudar en algo aunque no hubiera nada que enhebrar, le dijo a su madre: "No te preocupes mamá, que iré yo a comprar el azafrán". "¿Pero cómo vas a ir tú, hijo mio? Si ni se te ve. La gente te puede pisar cuando vayas por la calle" "Pero mamá, si vas tú a por el azafrán se te va a pasar el arroz, lo mejor es que vaya yo. Iré cantando a gritos y la gente me oirá y no me pisará (porque canto muy bien y tengo el Factor X)". "Bueno, hijo, como quieras. Eres tan cabezota como tu padre".
La mamá le dio a Garbancito una moneda de bien gorda para que comprara el azafrán (que ya por aquel entonces era bastante caro), también le dio indicaciones a su hijo de dónde estaba la tienda de ultramarinos donde lo vendían a mejor precio.

AzafránObjetivo de la excursión de Garbancito

Garbancito cogió la moneda, la cargó sobre su cabeza cual porteador africano y se puso a cantar saliendo por la puerta de su casa.
"Pachín, pachín, pachán. Mucho cuidado con lo que hacéis. Pachín, pachín, pachán. A Garbancito no piséis."
La gente escuchaba la canción y se apartaba al ver que era una moneda que andaba sola por la calle la que cantaba, nadie podía ver a Garbancito debajo de la moneda. Como todo el mundo era muy supersiticioso en aquel pueblo, nadie intentó robarle la moneda a Garbancito.
Repitiendo una y otra vez su canción, Garbancito llegó a la tienda que le había dicho su madre. Garbancito hizo cola pacientemente, pero todo el mundo se le colaba. Cuando dejó de entrar gente a la tienda y por fin le tocó a él, le dijo a la tendera: "Buenos días, señora. ¿Me podría dar un poquito de azafrán para la paella de mi madre?". La tendera se puso a mirar por todas partes asustada de las voces que oía. Aquello no le pasaba desde hacía años, desde que ingresó en aquella clínica. "Señora, señora, estoy aquí abajo. Soy yo su cliente, el que pide el azafrán". La dependienta se ponía cada vez más nerviosa, pero vio entonces la moneda y viendo que la voz le daba el dinero por delante, preparó un saquito de azafrán. Lo dejó junto a la moneda y luego se cobró la mercancía. La madre de Garbancito era muy lista y le había dado el dinero justo para que no le tuvieran que devolver cambio y así pudiera ir algo más ligero de vuelta a casa, sólo con la bolsita de azafrán sobre la cabeza.