Cuentitis aguda

domingo, enero 11, 2009

Blancanieves (I)

H
ace mucho tiempo, había una reina a quien le gustaba bordar el ajuar mientras se asomaba por la ventana, abierta de par en par. Durante el más crudo de los inviernos, la reina se daba a la costura en su ventana de marco de ébano mientras veía caer la nieve. La buena mujer, se despistó un momentín y se pinchó el dedo con la aguja. Tres gotas de sangre cayeron en la nieve. La reina se quedó embobada viendo lo bonito que hacía el rojo intenso de la sangre sobre el blanco puro de la nieve y pensó para sí: "Cómo me gustaría tener una niña que fuera tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como el ébano". Pasaron los años y la reina tuvo un niña con las características que había deseado aquel día invernal: la piel blanca como la nieve, las mejillas rojas como la sangre y el pelo negro como el ébano; y su madre la llamó Blancanieves y no pudo hacer mucho más que darle un nombre puesto que, a los pocos minutos, la reina murió.
Al año siguiente el rey se casó nuevamente. La nueva reina era una mujer muy bella y atractiva, pero muy vanidosa y orgullosa y no podía soportar que nadie fuera más hermosa que ella. La nueva reina poseía un espejo mágico y todas las mañanas, después de vestirse, peinarse, maquillarse, perfumarse y atusarse, se miraba en él y preguntaba: "Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa del distrito?" Y el espejo, que siempre decía la verdad, le respondía: "La más guapa entre las guapas y la más bella entre las bellas, eres tú, oh! alteza". La reina entonces salía de sus aposentos con una sonrisa de oreja a oreja dispuesta a comenzar su dura jornada laboral como soberana.

Reina ante el espejoEl espejo mágico regalándole el oído a la madrastra.

Pero resultó que Blancanieves según crecía, se hacía cada vez más y más hermosa, y llegó un día en que la chica era guapísima, más guapa incluso que su madrastra. Y cuando la reina preguntó a su espejo: "Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa del distrito?". El espejo respondió: "Mi reina, eres guapa, lo sigues siendo, pero me temo que pese al botox que utilizas, Blancanieves es más guapa que tú". "¿Pero qué me estás contando? ¿Blancanieves? ¿Esa niñata? Grrrr". La reina entró en shock y se puso de todos los colores, verde, azul, morado... La reina no podía descansar y cada vez que veía a Blancanieves por los pasillos del castillo se le ponía una mala leche... Odiaba tantísimo a esa chica... Y su odio crecía más cada día hasta el punto de no poder dejar de pensar en el tema.
"Pues no me queda otra que deshacerme de esa boba. Que mira qué ojeras tengo porque este tema no me deja descansar. ¡Eh! ¡Tú, cazador de la corte! Quiero que te lleves a Blancanieves al bosque y allí le des café, mucho café, y que luego me traigas sus pulmones y su hígado como prueba." El cazador obedeció a su soberana y se llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de atravesar el corazón de la jóven con su cuchillo, ella se puso a llorar y le dijo: "Ay, por favor, cazador, no me mates. Sninfs. Huiré a lo más profundo del bosque y no volveré por el palacio jamás".
Y como ella era tan inocente, dulce y sobre todo guapa, el cazador se apiadó y le permitió que escapara. El cazador estaba convencido de que las fieras del bosque acabarían con ella, pero él tendría la conciencia tranquila porque no la habría matado con sus propias manos. Decidió entonces matar a un cervatillo que pasaba por ahí dando saltitos y llevarle a la reina los pulmones y el hígado del animal haciéndole creer que eran los de la hijastra real. La reina ordenó al cocinero que le hiciera un guiso con las vísceras que había llevado el cazador y se las comió pensando que eran las de Blancanieves.
Mientras, la chica estaba solita en el bosque y tan asustada que no sabía qué hacer asi que se puso a correr. Corrió sobre piedras afiladas y entre espinos. Las fieras del bosque corrían a su lado pero no le atacaron ni nada, era tan guapa e iba tan elegante....
Corrió y corrió hasta que sus pies no pudieron aguantar más. Casi era de noche cuando llegó a una casita que había en el bosque y entró para descansar y curarse las ampoyas de los pies. La casita estaba limpísima, como los chorros del oro. Había en ella una mesa con mantel, siete platitos y al lado de cada uno, una cucharita y un vasito. Junto a la pared había siete camitas con sus sabanitas blancas.
Blancanieves estaba tan hambrienta que perdió sus buenos modos reales y tomó un poquito de la verdura que había en cada platito y tomó un sorbito de vino de cada vasito, porque había perdido los modos pero no había perdido la vergüenza. Y cuando acabó de comer, le entró un sopor terrible y decidió echarse a dormir en una de esas camas tan bien dispuestas. Probó la primera pero era demasiado pequeña, la segunda era demasiado blanda, y así probó todas hasta que decidió acostarse en la última, no sabiendo si era porque era la cama perfecta para ella o porque después de probar otras seis camas sus estándares habían bajado. Sea como fuere, la chica se quedó roque.

Blancanieves imitando a ricitos de oroBlancanieves perdiendo las formas.

Cuando anocheció los dueños de la casita volvieron a su hogar después de un duro día de trabajo en las montañas buscando mineral. Eran siete enanos que vivían en armonía todos juntos y sin tener grandes problemas de convivencia, ni niguna relación afectivo-sexual como algunos estaréis pensando. Cuando entraron en la vivienda dijo el primer enanito: "Alguien se ha sentado en mi sillita". El segundo enanito dijo: "Alguien ha probado de mis verduritas". El tercer enano también habló: "Alguien ha bebido de mi vinito". El cuarto enano dijo: "Alguien se ha probado mi ropita". El quinto enano dijo: "Alguien ha usado mi cuchillita de afeitar". El sexto enano dijo: "Alguien se ha acostado en mi camita". El séptimo y último enanito dijo: "Alguien está aún durmiendo en la mia". La chica seguía durmiendo a pesar de todos los gritos que habían pegado los enanitos a su llegada a la casa. Todos los enanos se pusieron alrededor de la chica y la vieron tan guapa y tan dulce que no quisieron despertarla. Después de cenar, los siete compañeros de piso se fueron a dormir. El séptimo enano, como no podía usar su cama, durmió una hora con cada uno de sus compañeros. La verdad es que no pudo descansar mucho aquella noche porque cada hora le sonaba la alarma de su despertador para cambiar nuevamente de cama.