El lobo y los siete cabritillos (II)
Enlace a parte (I)
espués de observar el color de la pata del lobo, otra vez hubo votación y nuevamente se decidió no abrir la puerta. Y otra vez el lobo escuchó toda la conversación. Y se dirigió a casa del molinero a quien pidió que le echara harina por su pata derecha. Como los efectos del helio ya habían pasado, el molinero le tomo en serio y cumplió la orden por miedo a que el lobo le mordiera y le pegara la rabia, el tifus o la gripe aviar, que nunca se sabe. El lobo también tuvo que volver a la tienda de artículos de broma para comprar otra botella de helio y volvió a inhalar el gaseoso elemento.
Y vuelta a llamar a la puerta de la casa caprina (el canis lupus ya se estaba empezando a mosquear). Los pequeñuelos volvieron a preguntar que quién era y él volvió a contestar con su voz pitufil: "Soy vuestra madre, que ya he vuelto y os traigo un regalito a cada uno"
"Vamos a abrir, que mamá nos ha traido un regalito" - otra vez habló el de siempre.
"A lo mejor es el lobo otra vez, ya nos ha intentado engañar dos veces. Mejor no abrimos"
"Pst, pst" - chistó el lobo desde fuera - "¿por qué no me pedís que os enseñe la patita por debajo de la puerta?"
"Ay, sí, es verdad... a ver, enséñanos la patita por debajo de la puerta" - dijo el que tenía más luces.
Todos se agacharon otra vez y miraron por la rendija de la puerta una vez más.
"Sí, sí, es mamá, que tiene la patita blanca blanquísima y además nos trae un regalito a cada uno"
El lobo ya casi no podía escuchar la conversación porque las tripas le tronaban del hambre que tenía.
"¿Pero tú has visto que uñas tiene?" "Yo creo que no es mamá" "Que sí que es mamá, pero nunca nos habíamos fijado en sus uñas".
Nueva votación y esta vez salió por unanimidad que se abriría la puerta. Cuando la abrieron, ¡ah, sorpresa! Era el lobo que se los quería comer a uno detrás de otro.
Los cabritillos se dispersaron y se escondieron donde buenamente pudieron. Al lobo le resultó bastante fácil encontrarles puesto que la casa era pequeña. Agarró por una pata al que estaba escondido debajo de la cama y se lo comió, así, sin masticar ni nada. ¡Para dentro!. Pilló por el pescuezo al que estaba metido debajo de la mesa y también se lo tragó. Y al que estaba detrás de las cortinas también le encontró enseguida y ¡zasca! también se lo comió. El que estaba escondido dentro del cajón de la mesilla de noche y el que se había metido en la ducha también fueron devorados sin contemplaciones. El que se había escondido dentro del microondas también fue a parar al estómago del lobo, que no masticaba, solo tragaba cual boa constrictor.
Si volvéis sobre este último párrafo veréis que el lobo se ha comido sólo a seis de los siete cabritillos. El lobo ni se dio cuenta que le faltaba un jovenzuelo por comerse, estaba lleno hasta arriba, más que si hubiera tenido la cena de Nochebuena después del banquete de boda de un hermano. Así que como buenamente pudo, salió rodando de la casa. Como sospechaba que iba a tener una digestión muy pesada, se fue al prado a dormir la siesta a la sombra de un árbol.
Mientras tanto la mamá cabra por fin volvió a su casa. Cuando vio que la puerta estaba abierta y que estaba todo revuelto dentro de la vivienda se temió lo peor y se puso a llamar a gritos a sus nenes. El más pequeño de sus hijos, el que se había librado de ser parte del festín, salió de dentro del reloj de pared que había en el salón y le contó a su madre todo lo que había pasado.
La señora cabra, preocupadísima por sus chicuelos agarró al más pequeño y se fueron los dos en busca del lobo sin saber muy bien para qué.
La cabra y el cabritillo encontraron al lobo durmiendo a pierna suelta y haciendo la digestión. La señora cabra que recordaba muy bien haber visto el programa "En buenas manos" alguna vez, tuvo una gran idea. Le dijo a su chiquillo que de una carrera se fuera a casa y le trajera las tijeras, hilo y una aguja porque iban a practicarle una operación al lobo. "¿Te traigo un poco de anestesia también, mamá?". "No, hijo, no hace falta, que con lo que ha comido el lobo no se despertaría ni a cañonazos". El cabritillo, que cuando quería era muy bien mandado, en un momento fue a la casa y volvió con todo lo que le había pedido su madre.
La operación comenzó y mientras la madre iba abriendo en canal al "paciente", el hijo le iba limpiando el sudor de la frente. Cuando acabó con las tijeras empezaron a salir del estómago del lobo uno tras otro los seis cabritillos. Salían sin un rasguño porque ni el lobo había masticado mientras comía, ni los jugos gástricos les habían hecho ningún efecto. Cuando salieron todos, su madre les abrazó (no les dio besos porque estaban un poco asquerositos después de haber pasado por parte del tracto digestivo del lobo) y les pidió que le trajeran piedras que iba a rellenar con ellas el estómago del "bello durmiente". Los chicos obedecieron y le trajeron las rocas. La cabra las introdujo donde antes habían estado sus hijos y cosió primorosamente al lobo. La cabra era muy mañosa y pese a que este tipo de intervención quirúrgica es muy delicada porque es muy fácil que el paciente se pille una peritonitis de aupa, no pasó así. Cuando acabó la fase de sutura, la cabra y sus nenes se escondieron porque el lobo se estaba despertando.
Cuando el lobo se despertó no notó nada extraño, no le dolía la cicatriz ni tenía la sensación de que le hubieran abierto y cerrado la barriga. Lo que sí que notó fue que al andar el estómago sonaba "ploc ploc", pero él pensó que eran los huesos de los cabritillos que chocaban unos con otros. No se preocupó más por ello, ya echaría los restos óseos de alguna manera. También se notó el estómago algo pesado pero pensó que después de tomarse seis cabras pues era normal sentirse pesado. Y como tenía una sed atroz después de tanta comida a palo seco, se fue a un riachuelo cercano a por un poco de agua. Cuando se inclinó para poder beber, el peso de las piedras en su estómago le descompensó el centro de masas y por tanto el equilibrio y se cayó al agua. Con tanta roca dentro, fue a parar directamente al fondo del río.
La cabra y sus hijos, que lo habían visto todo, de puro contento se pusieron a bailar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
1 Comentarios:
Nuevamente los padres en su afán de sobreproteger a sus hijos la cagan. La señora cabra debería haber dado más detalles a los cabritillos para que éstos no abriesen la puerta.
El final gore con operación a tripa abierta es lo más.
Por Anónimo, el 22 diciembre, 2006 13:19
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