La Bella Durmiente del bosque (I)
rase una vez un matrimonio de reyes que sufría mucho porque no conseguía tener descendencia. Después de mucho intentarlo comprobando las temperaturas de la reina, por fin la mujer se quedó encinta.
Cuando la reina dió a luz a una preciosa niña (igual que el resto de bebés, pero para los reyes era la más guapa del mundo), el rey se puso tan contento que dió un puro a cada súbdito, e invitó a todo el mundo al bautizo de su primogénita. Las madrinas de la niñita serían todas las hadas del reino, que por cierto en ese reino se criaban que daba gusto y al menos había 100. Pero hete aquí que al rey se le olvidó invitar a una de las hadas, un hada muy vieja y que tenía fama de mala gente.
Llegó el día del bautizo y cuando estaban ya todos los invitados sentados y preparados para el gran banquete llega el hada vieja, la que no había sido invitada, con sus mejores galas y exige que se le dé un asiento en la sala de banquetes. El rey, que le gustaba que el buen rollito estuviera siempre presente en su reino, le dió al hada un asiento junto a las otras 99 hadas invitadas. Llegó el momento de la entrega del recordatorio de bautizo, a cada invitado le tocó uno pero como no se habían encargado de más (como se suele hacer en estos casos) porque el rey andaba justo de presupuesto, no hubo recordatorio para el hada que en un principio no fue invitada. Esta hada poco a poco se iba enfadando, pero respiraba hondo y volvía a tomar un poco del postre.
Tras la actuación de la Tuna, muy típica alla por el medioevo en los bautizos principescos, llegó el momento en el que cada hada le iba a conceder un don a la princesita homenajeada. Una tras una todas le dieron un don. Las primeras lo tenían fácil, que si belleza, salud, bondad, dulzura... según la cosa avanzaba y las horas pasaban a las hadas se les iba acabando la imaginacion asi que cuando llegó a la última hada, el hada numero 100, aquella que no había sido invitada, la mujer estaba de muy mala uva (le había tocado hacer cola durante dos horas y media) y como encima no se había llevado recordatorio del bautizo lanzó una maldición a la niña que dejó a todo el mundo patidifuso. “Cuando la niña esté en edad de merecer, en su 16 cumpleaños, se pinchará un dedo con el huso de una rueca y morirá, ahí queda eso” El hada se largó hecha un basilisco y echando pestes sobre la organización de la fiesta.
Todo el mundo estaba con la boca abierta, nadie sabía que hacer, menudo destino que le esperaba a la princesa a pesar de tener tantos dones. Pero entonces se levantó de su asiento un aprendiz de hada muy apocada y le dijo al rey.
“Señor majestad, no se preocupe por su hija. Yo no soy ni de lejos un hada tan poderosa como la gruñona de Gertrudis pero creo que puedo suavizar la maldición que acaba de echarle a la princesita”. Dijo el aprendiz de hada y se acercó a la niña. “Alteza princesita, aquello que ha dicho Gertrudis se cumplirá y te pincharás con el huso de una rueca al cumplir los 16 años, pero no morirás sino que te quedarás dormida por 100 años y sólo despertarás con el primer beso de amor que te den.”
El rey agradeció al aprendiz de hada su gesto, pero como aun así no se fiaba de que su hija se salvara de la muerte por pinchazo, creó en ese mismo momento, aun en la sala de banquetes, un decreto que prohibía el uso o la tenencia ilícita de ruecas, so pena de muerte. A partir de aquél día en el reino se hilaba a mano o se importaba hilo de otros reinos, todo con tal de que la princesita no se pinchara.
Pasaron dieciséis años, y un día que estaba la princesa ociosa por el castillo y hurgando por todas partes, decidió subir a lo más alto de uno de los torreones y allí encontró a una buena viejecita que estaba hilando con una rueca. La princesa que no había visto aquel artilugio en su vida, le preguntó a la buena mujer qué era lo que estaba haciendo. La anciana le contestó que estaba hilando ahí arriba porque así las ropas palaciegas salían más baratas que si tenían que importar el hilo del reino vecino. La real joven le pidió que le dejara probar a usar la rueca, que ella quería aprender y, como el día del bautizo niguna hada se acordó de darle el don de la habilidad, no tardó ni dos segundos en atravesarse el dedo con el huso de la rueca. Al momento la princesa cayó sin sentido al suelo. La vieja pidió socorro y allí acudieron todos los criados y sirvientes del castillo. Ni agua fría en la cara, ni sales, ni tortas, nada conseguía espabilar a la desmayada.
Cuando el rey llegó a lo alto del torreón y vio todo aquel alboroto y a su hija sin sentido, se acordó de la predicción de las hadas y ordenó que llevaran a la princesa a la habitación más hermosa del castillo, la vistieran con las ropas más elegantes que tuviera y la tumbaran sobre una cama toda lujo y explendor.
El rey mandó llamar a la aprendiz de hada que había salvado a su hija el día del bautizo y que ya tenía rango de hada. Cuando el hada llegó al castillo y vio que la princesa estaba dormida y que así lo estaría durante cien años, tomó la decisión de dormir a todo el mundo que servía en el castillo. Pasados los cien años, cuando la princesa despertara de la siesta, ¿cómo iba a poder encargarse ella sola de un castillo tan grande?. Lo mejor era que todo el mundo estuviera allí para cuando ella despertara. Así que con su varita mágica fue tocando a todo el mundo, criados, mayordomos, damas de compañía, cocineros, pinches, ama de llaves, caballos, encargados de cuadras, perros, en fin, todo bicho viviente en el castillo. El rey y la reina le agradecieron eternamente lo que había hecho y se fueron a vivir a otro de los palacios que tenían. El hada también hizo que crecieran muchos árboles y arbustos con espinas alrededor del castillo para que nadie pudiera entrar en él.
Pasaron cien años. Un día que el príncipe hijo del rey que reinaba el lugar (y que no tenía nada de sangre común con la princesa dormida y los hijos no les podrían salir con seis dedos) había ido de cacería por aquella zona, sitió curiosidad por aquellas torres de un viejo castillo que se veían a lo lejos y preguntó a las gentes del lugar. Había mucha leyenda urbana sobre el castillo, que si era lugar de aquelarres, que si estaba encantado. Pero un anciano le contó que cuando era niño, su padre le había dicho que en aquel castillo estaba dormida la princesa más hermosa del mundo y que ésta sería despertada por el primer beso de amor.
El príncipe, que tenía muchos delirios de grandeza, ya se veía a sí mismo siendo el príncipe encantador que despertara a la bella durmiente, y decidió ir hacia el castillo a dar el primer beso de amor a la comatosa (suponiendo que la princesa jamás hubiera besado nunca antes a nadie y que aun siguiera allí hibernando). Cuando el príncipe pasó las murallas del castillo, las zarzas y las malas hierbas empezaron a separarse a su paso, volviéndose a juntar tras él de tal forma que nadie le pudo seguir, ni siquiera sus lacayos. El castillo estaba muy silencioso y tenía a gente dormida por todas partes. "Menuda panda de vagos", pensó el príncipe que no sabía que en aquel palacete todo el mundo estaría dormido mientras lo estuviera la princesa.
Curioseando por todas las habitaciones y salas por fin llegó al dormitorio de la bella durmiente. Cuando la vio se quedó enamoradísimo de ella, era tan hermosa (sobre todo después de la cura de sueño) y los años no pasaban por ella, era como si el tiempo se hubiera parado porque no tenía cien años sino que seguía como si tuviera los dieciséis como cuando se pinchó el dedo. Eso sí, la ropa que llevaba la jóven estaba un poco pasada de moda, parecía la ropa que llevaba la abuela del príncipe. Como la vio tan guapa y tan inerte, no lo resistió y le dio un beso. En ese momento la princesa se despertó y cuando se limpió las legañas se enamoró perdidamente de su despertador. El príncipe le dijo entonces que la quería más que a su vida, más que al aire que respiraba y más que a la "mare" suya. Mientras ellos hablaban, el resto de los habitantes del castillo también se fueron despertando y después de hacer el primer pis, empezaron a preparar un banquete porque tenían mucha hambre. Los príncipes también comieron y cuando acabaron con el postre el capellán del castillo les casó, para qué esperar más. Cuando llegó la noche el jóven matrimonio se fue a dormir (no es que la princesa tuviera mucho sueño) y a consumar lo que tenían que consumar.
3 Comentarios:
Estos padres superprotectores....: en vez de ensenyar a la princesa lo que es una rueca y un huso, y decirle que no lo toque o dormira cien anos, prefieren mantenerla en la ignorancia e intentar que no entre en contacto con el peligro.
Por Anónimo, el 29 noviembre, 2006 13:26
Ya te digo usuario anónimo, en vez de darle a su hija una buena educación y contarle el motivo por el que no debe tocar la rueca, directamente no le enseñan el huso pensando que así no correrá ningún peligro.
Siendo tan retorcida como los que hacen psicoanálisis a los cuentos, y teniendo en cuenta el símbolo fálico que es el huso, más les hubiera valido a los padres darle a la chica una buena educación sexual...
Por marijelo, el 30 noviembre, 2006 18:50
Ops...el anterior comentario..era mio..se me olvido poner mi nombre.
Por Anónimo, el 01 diciembre, 2006 14:43
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