Cuentitis aguda

lunes, noviembre 27, 2006

La Bella Durmiente del bosque (II)

Enlace a parte (I)

A
la mañana siguiente el príncipe se fue a casa de sus padres, que estarían preocupados por él, y les contó la milonga de que se había despistado el día anterior del grupo de la cacería y que se había perdido y que tuvo que pasar la noche en casa de unos campesinos. No quiso contarles la verdad sobre su matrimonio puesto que sabía que su madre no lo entendería, era muy protectora con su hijo y no aceptaría que se hubiera casado con nadie, ninguna sería buena para él. La reina era descendiente de ogros, y claro, la mujer imponía respeto. El jóven decidió no contarle nada, al menos por el momento.
Pasaron dos años en los que el príncipe se iba casi todos los días de caza y no volvía hasta el día siguiente. Él no iba de caza, claro, iba a estar con su esposa, con la que había tenido dos hijos, una niña y un niño. La reina madre algo sospechaba sobre las salidas caceriles de su hijo, pero no lo tenía del todo claro porque él no le había dicho nunca nada sobre su esposa o sus hijos, pero seguro que su hijo se andaba por ahí de picos pardos.

Palacio donde el príncipe pasaba casi todas las noches.
(Palacio de la Bella Durmiente, Disneyland, París)

El rey murió del último mal y entonces fue cuando el príncipe, ahora rey por la gracia de dios, condujo hasta su palacio a su mujer y sus dos hijos y se los presentó a su madre. A la reina ogra no le sentó nada bien lo de que su hijo le hubiera ocultado la existencia de su nuera y nietos y se cabreo mucho y si ya una suegra normal cabreada da miedo, una suegra ogra cabreada es para echarse a temblar.
La reina madre siempre había tenido instintos ogrescos pero los había reprimido, pero fue llegar a casa sus nietos y empezó a apetecerle comérselos. Por desgracia y por cuestiones laborales reales, el rey tuvo que ausentarse por unos meses para ir a la guerra a batallar. La reina madre quedó de regente del reino en la ausencia de su hijo y encargada del cuidado de su nuera, la reina, la que fuera en tiempos la princesa mas ceporra del lugar, y de sus dulces y tiernos nietos.
Al día siguiente de la partida del rey, la reina ogresa pidió al cocinero real que le hiciera un guiso con su nieta (su nieta no de pinche de cocina sino de plato principal). El cocinero, que temía desobedecer a la ogresa, fue a por la infante de cuatro años, pero cuando iba a matarla le dio cargo de conciencia y en vez de matarla decidió llevarla a su casa al cuidado de su mujer y en vez de poner la carne de la niña en el guiso, puso la carne de un corderito que sacó de los corrales reales. Le sirvieron la comida a la reina madre y el guiso que comió estaba tan bueno que la mujer se chupaba los dedos y fue a felicitar personalmente al cocinero.
A la semana siguiente la reina regente volvió a decirle al cocinero: "Ahora quiero comerme a mi nieto. A ver si me puedes hacer un guiso tan bueno como el de la semana pasada". El cocinero que ya sabía cómo engañar a la señora, llevó al infante de dos años junto a su hermana y en vez de hacer el guiso con la carne del niño utilizó la carne de un cabritillo muy tierno de los corrales reales. La reina volvió a felicitarle por aquel guiso que le había preparado y estuvo tranquila otros siete días. Pero al octavo volvió a llamar al cocinero y le dijo: "Esta vez quiero comerme a la reina, mi nuera, pero prepáramela con la misma salsa con la que me preparaste a sus hijos".
Vuelta otra vez a tener que engañar a la ogra, pero esta vez el cocinero le contó a la reina las intenciones de su suegra. La reina aun no había notado la ausencia de sus hijos , pero igual se puso contenta de verles con vida en casa del cocinero, donde también se escondió ella de las malas artes de su suegra. Esta vez el cocinero guisó a una cierva jóven para imitar la textura de la carne de la nuera. La ogra volvió a chuparse los dedos y a felicitar al hombre por su "savoir faire" en la cocina.
Pasados unos meses, la reina madre estaba paseando por los patios y corrales del castillo en busca de carne fresca, y pudo escuchar las voces de su nuera y sus nietos. La ogresa se enfadó tanto que dio unos gritos que dejó a todo el mundo temblando (hasta yo estoy temblando) y ordenó que se pusiera en medio del patio del castillo una perola enorme y que se echaran dentro un montón de sapos, culebras, víboras y serpientes venenosas, y que se echaran también dentro a la reina nuera, a sus hijos, al cocinero y a su esposa y a un señor de marrón que pasaba por allí. Estaban todos reunidos en el patio, los verdugos listos para realizar su trabajo, cuando de repente llegó el rey que volvía antes de lo previsto de guerrear. Cuando el hombre vio aquello que estaba montado en el patio de su casa, preguntó qué era lo que estaba pasando, pero nadie se atrevió a contestar. La reina madre, viendo que tenía que contarle lo mala abuela y suegra que era, se enrabió y se tiró ella misma a la perola de los sapos y las culebras y fue devorada al instante porque los bichos llevaban tanto tiempo sin comer, que hasta los sapos se hicieron comedores de humanos. El rey lloró la muerte de la ogresa, pues era su madre después de todo y él estaba muy enmadrado, pero en seguida se recuperó al ver a su bella esposa y su hermosos hijos.

Bella Durmiente y príncipe celebran la vida conyugal.