Cuentitis aguda

jueves, noviembre 16, 2006

Rapunzel (II)

Enlace a parte (I)


E
l príncipe trepó por las trenzas de Rapunzel hasta que llegó a la ventana de la torre y se metió en la habitación de la jóven.
Al principio Rapunzel se asustó mucho puesto que no había visto jamás a un hombre, o al menos ella no lo recordaba. Rapunzel tenía tanto miedo que a punto estuvo de decir al príncipe que no podía hablar con él porque tenía que lavarse el pelo. Aunque este motivo podía ser muy real porque bien sabemos la tarea que le daba a la chica su melena, en esta ocasión sólo lo diría como excusa puesto que estaba un tanto asustada. El príncipe, que era muy zalamero, empezó a decirle que su corazón le pertenecía solo a ella, que estaba enamorado desde aquel día en que la oyó cantar desde el bosque y que no dejaba de pensar en ella; que tenía un cabello precioso y una piel muy suave. Rapunzel entonces dejó de tenerle miedo, y cuando él le pidió en matrimonio, ella le dió el si, a pesar de que él ni le había llevado flores ni un anillo para formalizar la petición.

Petición de manoEl caso es que me tenía que lavar el pelo.

Entre los dos empezaron a planear la huida de la rubia y decidieron que, como Rapunzel no se quería cortar el pelo (aunque ésta fuera la solución más fácil), el príncipe le subiría cada día unas hebras de seda con las que ella trenzaría una cuerda. Una vez que estuviera acabada, ella podría bajar por la cuerda e irse a vivir con su príncipe amado a quien acababa de conocer. También quedaron en que el príncipe iría a verla todas las noches, puesto que la hechicera sólo iba de visita a la torre durante el día. Bien sabía Rapunzel que en hacer aquella cuerda tardaría años si la hacía a base de hebras de seda, pero de esta manera se aseguraba de que el príncipe iría a verla muchas, muchísimas noches.

Rapunzel esperandoRapunzel espera la llegada de su príncipe.

Y así pasó mucho tiempo, los tortolitos viéndose todas las noches y despidiéndose al amanecer, Rapunzel trenzando una cuerda de seda en sus horas muertas entre lavado y lavado de cabello, y la bruja haciendo una visitita al día a su hijastra. La hechicera no notó nada hasta que un día Rapunzel le comentó: "Pues verás madrastra, no entiendo por qué últimamente mis vestidos me quedan tan apretados que ya no me sirven".
"Mi querida niña, ¿qué me estás contando? Pensé que había conseguido salvarte de los males del mundo manteniéndote alejada de él y aun así los males vienen a por ti. Pues los vestidos no te sirven ya porque tienes un bombo de aquí a Lima".
La hechicera estaba tan enrabiada que con unas tijeras que tenía por ahí a mano le corto a Rapunzel todo su precioso cabello dejándole con unos trasquilones que clamaban al cielo. No contenta con este terrible castigo, abandonó a Rapunzel en un páramo donde la chica sufrió todo y más.

Bruja y venganza¡Se acabó la tontería! Verás qué mona que te dejo.

Esa misma noche, la bruja ató las trenzas que había cortado a Rapunzel al alféizar de la ventana de la torre. El príncipe apareció en la base de la torre puntual como todos los anocheceres y gritó: "Rapunzel, Rapunzel, suelta tu melena por la almena". Las trenzas de su amada acudieron como siempre a su llamada y el enamorado trepó por ellas. Pero ¡Ah, amigo!, cuando llegó a la ventana de la torre allí no estaba Rapunzel esperándole, sino la suegra.
"¡Al fin nos vemos las caras bribonazo!, menuda la que has montado. Pues que sepas que me he enfadado mucho y que he mandado a Rapunzel muy lejos de aquí, tan lejos que jamás volverás a verla. Has perdido a tu amada para siempre."
El príncipe todo lleno de pena y desesperación se lanzó al vacío desde la ventana a la que acababa de trepar. Sobrevivió a la caida, sí, pero cayó de bruces sobre una mata de espinas que se le clavaron en los ojos. Y, ciego, vagó por el bosque comiendo lo que buenamente podía y llorando y sufriendo por la pérdida de su amor. Vagó durante varios años hasta que llegó por casualidad al páramo donde Rapunzel malvivía con sus dos hijos gemelos.
El príncipe reconoció al momento la voz de su prometida. Rapunzel cuando le vió, fue corriendo a abrazarle. De tanta emoción la rubia se puso a llorar y cuando sus lágrimas cayeron sobre los ojos de él, la ceguera desapareció (porque las lágrimas de Rapunzel lo curan todo, no es que me lo haya sacado de la manga). Asi que ahora que el principe ya sabía por dónde se andaba y por dónde ir de vuelta a su castillo, guió hasta él a su amada y a sus hijos, y allí vivieron todos felices y comieron perdices.