Ricitos de Oro y los tres osos (I)
abía una vez una familia de osos que vivía en una casita en el medio del bosque. La familia de osos estaba compuesta por Papá Oso, que era muy grande y tenía un vozarrón muy grave, Mamá Osa que era de tamaño mediano y tenía una voz más o menos normal (teniendo en cuenta que era una osa) y Bebé Oso que era un osezno pequeño y con la voz muy aguda.
Un día que los osos se habían preparado sopa de avena para desayunar, decidieron salir a dar un paseo hasta que la avena se enfriara un poco porque estaba demasiado caliente y no se querían quemar la lengua tomándola. Así que dejaron sus platos servidos y listos para cuando regresaran de su paseo matutino y salieron por la puerta.
Resulta que una vecina del lugar, que se llamaba Ricitos de Oro porque tenía el pelo rubio y rizado como Shirley Temple (aunque no sabía bailar claqué), paseaba cerca de la casa de los tres osos. Como la niña era un tanto cotilla, se asomó por la ventana de la casa de los plantígrados para ver quien andaba por allí. Los osos eran muy confiados y no pensaban mal de nadie, así que por eso dejaban la ventana abierta aunque no estuvieran en casa. Por eso y porque por las mañanas oreaban la casa para que no oliera aquello a tigrera. Como la chica vio que no había nadie dentro de la vivienda, fue directamente hacia la puerta y la abrió. Los osos tampoco cerraban nunca la puerta con llave, así que la jóven entró en la casa sin problemas.
Lo primero que vio nada más entrar fue que en la salita estaba la mesa puesta y con el desayuno listo en los platos. La chica se acercó primero a un plato enorme que tenía sopa de avena humeante y como era una malcriada y le importaba bien poco que aquello pudiera pertenecer a alguien, decidió probarlo con la cuchara de madera que había al lado del platazo. "¡Buf! ¡Cómo quema esto! ¡Me he abrasado la lengua!" Y soltó un par de improperios más. Cuando vió que al lado había un plato de tamaño mediano y que también tenía avena, decidió probarlo también. "¡Pero que asco! ¡Esto está helado! No hay quien se lo coma" y soltó la cuchara dentro del plato salpicándolo todo y dejando el mantel hecho unos zorros. Entonces fijó su vista en el plato pequeño que había también sobre la mesa y allá que se fue a probarlo. "Mmmm, qué bueno que está esto. En su temperatura justa... está tan bueno que me lo voy a comer todo". Cuando acabó con todo el contenido del plato pequeño se limpió la boca y las manos con el mantel, dejándolo aun mas sucio de como lo había dejado hasta el momento.
Ricitos de Oro estaba cansada después de su paseo y su comilona y decidió sentarse un rato a descansar y ver la tele. Primero probó una silla bien grandota que había en la sala. "¡Qué duro que está esto! No se cómo puede nadie sentarse en esta sillaca". De un salto se bajó de la silla jurando en hebreo y probó entonces una de tamaño mediano que también había en la sala. "¡Andá qué blanda que está ésta! ¡Pero si me estoy hundiendo para abajo!" Tampoco le gustó esta silla, ya sólo le quedaba por probar la silla más pequeña. "¡Pero qué cómoda es esta silla! ¡Me encanta!" Empezó a saltar y balancearse en la silla pequeña ya que le parecía tan cómoda que quería probarla bien. Pero con tanto movimiento la silla acabó por romperse y Ricitos de Oro calló al suelo de culo. Empezó a quejarse y soltar palabrotas a las sillas. "Creo que lo mejor es que siga investigando la casa".
La rubia subió las escaleras para ver que había en el piso de arriba. Entró en el cuarto de baño y vio tres cepillos de dientes en un vaso sobre el lavabo. "Después de la avena que me he tomado debería lavarme un poco los dientes" - Pensó. Decidió probar primero con el cepillo más grande. "¡Buf! ¡Qué cerdas más duras tiene este cepillo! Menuda escabechina que me estoy haciendo en las encías." Tiró el cepillo de dientes hacia atrás y sobre su hombro izquierdo para que no le trajera mala suerte y probó con el cepillo de tamaño mediano. "¡Vaya un cepillo más blando! Con esto voy a tardar años en limpiarme los dientes." También tiró el cepillo de tamaño mediano al suelo y cogió el cepillo pequeño. "¡Éste si que es un cepillo en condiciones! ¡Qué maravilla!" Cuando acabó de lavarse los dientes dejó el cepillo sin enjuagar en el vaso de donde lo había cogido.
"¡Ay, qué sueño que me está entrando! Me iré a acostar un ratito". Ricitos de Oro entró en el dormitorio de los Osos donde había tres camas, y sí, lo habéis adivinado: una grande, una mediana y una pequeña. La chica decidió probar primero la cama grande. "¡Pero qué cama más dura! Me duele todo y sólo me he sentado en ella. Seguro que si me duermo aquí la siesta me voy a levantar con dolor de todo". Se dirigió entonces a la cama mediana y se sentó en ella para probarla. "¡Qué blanda es esta cama! ¡Que me hundo, que me hundo! ¡Qué incomodidad!". Por último probó la tercera cama, la más pequeña. "¡Uy, qué cómoda que es esta cama! ¡Me voy a echar una siesta que se va a c....!" Y se quedó dormida sin poder siquiera acabar la frase e ignorando que los dueños de la casa podrían llegar en cualquier momento.
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