Cuentitis aguda

lunes, octubre 23, 2006

La Princesa y el Guisante (I)

Había una vez, hace mucho tiempo y en un reino muy lejano, un joven príncipe en edad casadera. El reino necesitaba que su heredero contrajera matrimonio y concibiera un principito que le sucediera llegado el momento, por aquello de que no hubiera guerras de sucesión, ni guerras carlistas ni cosas por el estilo.
El caso es que el príncipe llevaba tiempo buscando una princesa, pero parecía no ser capaz de encontrar a una del gusto de su madre, la reina. Para la reina, todas y cada una de las princesas tenían alguna pega: que si demasiado habladora, que si menuda sosainas, que si no sabe tocar el piano, que si qué vocabulario es ése, que si vaya unos modales, que si mira que no saber ni hablar francés.

Pero quiso el destino que una noche de tormenta de rayos y centellas, en las que llueve a cántaros y a mares, llamó a la puerta del castillo una joven. El rey, que era muy sencillo, salió en persona a abrir la puerta de su palacio. La doncella, que estaba toda calada, con el pelo y la ropa chorreando, y toda manchada de barro, dijo que era una princesa a la que la lluvia había pillado sin paraguas y que si podría pasar a secarse un poco.
El rey le hizo pasar y junto a su esposa le ofrecieron ropa seca, cena y hasta pasar la noche en su humilde hogar.

La reina, que vio una buena oportunidad de ver si la chica era o no una verdadera princesa y en caso de que así lo fuera, poderla casar con su hijo que ya se iba a quedar para vestir santos, empezó a preparar la habitación de la joven. Mandó quitar las sábanas y el colchón de la cama que ocuparía la pretendienta a princesa. Colocó sobre el somier un guisante e hizo traer de otras habitaciones de invitados que tenía por el castillo veinte colchones y veinte edredones para ponerlos todos, bien apiladitos, encima de la cama.

20 colchones y 20 edredonesLa reina sabe si su invitada es de sangre real sin hacer pruebas de ADN.

Era ya tarde y la chica se retiró a sus aposentos. Estaba agotada y no veía la hora de meterse en la cama. Cuando vio aquella gran pila de colchones se le cayó el alma a los pies. Pero tenía que acostarse, asi que se subió como pudo a aquella torre de ropa de cama. Más de media hora tardó la pobre mujer en llegar arriba y cuando llegó y se acopló, se acordó de que se le había olvidado lavarse los dientes. Vuelta a bajarse, ir al baño y después a volver a subir. Menuda odisea, y ¡con lo cansada que estaba!. Cuando consiguió colocarse de nuevo empezó a encontrarse incomodísima, cada vez que se giraba para intentar coger una buena postura para dormir, se asustaba pensando en la inmensa caída al vacío que podría sufrir. Con los ojos abiertos como platos, pensó en que tendría que volver a bajar si tenía ganas de ir al baño durante la noche. ¡Bajar otra vez la pila de colchones! y luego volverla a subir. Y vueltas y más vueltas en la cama. Al final la princesa se dijo:
"Candela, ¡pareces boba! Si te da miedo subir y bajar, ¿por qué no duermes abajo, encima del baúl de la piquer que está a los pies del empirestatebuilding que tienen montado aquí?"
Total que la princesa se decidió por fin a bajar de la cama y dormir sobre el baúl, que era durísimo y nada cómodo, pero desde donde una caída no podría dejarle tetraplégica.

Y cómo bajo ahoraY ahora tengo sed.

A la mañana siguiente, cuando la princesa estaba desayunando, la reina, toda contenta, le dio los buenos días y le preguntó qué tal había pasado la noche.
"Pues verá señora, ahora que lo menciona, le contaré que he pasado una muy mala noche. ¡Vea, vea qué ojeras que traigo! No es por criticar, pero qué cama mas incómoda. Al final he podido dormir un poco, pero qué duro, qué dolor de espalda. ¡Mire, si hasta tengo moratones y todo!"

La reina, claro, no sabía nada de dónde había dormido la invitada y suponía que había pasado la noche en la cama sobre los veinte colchones y veinte edredones. Con una sonrisa de oreja a oreja le dijo a su hijo que debía casarse con aquella muchacha que era una verdadera princesa porque su delicada piel había notado la presencia de un guisante bajo veinte colchones y veinte edredones. Como quien lo decía era una reina y los príncipes eran un par de mandados, contrajeron matrimonio. El guisante aún hoy se conserva entre las joyas de la corona y los visitantes y turistas, por un módico precio, pueden ir a verlo en la exposición permanente que existe en el castillo.

Moraleja:
Llévate el paraguas por si llueve.

2 Comentarios:

  • ESTE BLOG ES GENIAL!!!

    AMO LAS PARODIAS DE LOS CUENTOS TRADICIONALES QUE HACÉS.

    TE FELICITO, ES EL MEJOR BLOG QUE VISITÉ.


    BESOS!






    FLORENCIA, DESDE ARGENTINA

    Por Anonymous Anónimo, el 24 enero, 2008 01:17  

  • Esta versión es super graciosa me encanto la moraleja al final...

    Por Blogger Unknown, el 05 junio, 2018 15:03  

Publicar un comentario

<< Home