Cuentitis aguda

martes, febrero 20, 2007

Los zapatos rojos (y III)

El cuento de "Los zapatos rojos" lo escribió Hans Christian Andersen en 1845. La historia tiene varias de las características del danés: un final no muy prometedor, escenas algo macabras y moralina religiosa.
Aparición marianaAndersen no hacía como los Grimm o Perrault, él no recopilaba cuentos tradicionales sino que los inventaba, quizás por eso se note tanto el toque del danés en las historias.
"Los zapatos rojos" aunque como cuento es un poco aburridillo, es un gran relato para los psicoanalistas. Segun Freud los zapatos son un símbolo de deseo sexual (¿y qué no lo es según Sigmund?). El color rojo siempre ha indicado sangre, pecado, peligro. Y todo esto nos lleva a ver a Karen, por su obsesión con los zapatos rojos, como una salida. El hecho de que esté en la iglesia y esté sólo pensando en sus zapatos, nos hace ver que es algo totalmente contrario a la religión en lo que Karen piensa. El que el ángel vengador le suelte la maldición también lleva a pensar que la chica está cometiendo un pecado bien gordo. Aunque en la historia de Andersen el ángel mienta la vanidad, parece una "tapadera" para que los niños que escuchan el cuento no hagan demasiadas preguntas.
Karen empieza a sentir atracción por los zapatos rojos cuando tiene edad de confirmarse. Aunque de pequeña tuvo ya la tentación de otros zapatos, no cayó en ella, quizás entonces no estaba interesada. Pero es cuando empieza a ser adulta cuando se siente realmente atraida, obsesionada y controlada por los zapatos rojos.
La protagonista de la historia ve como única solución a su obsesión el que le corten los pies. La única forma de librarse y olvidarse de sus zapatos.A pesar de no tener ni pies ni zapatos rojos, Karen no puede entrar a la iglesia por su cargo de conciencia y por su pecado (que va bailando en frente de ella con los restos de sus piececillos).
Hablar de zapatos rojos, nos lleva a hablar de Dorothy, la del Mago de Oz. ¿Acaso ella también tenía un deseo sexual en el reino de Oz?.

DorothyA Dorothy también le van los zapatos rojos.

El final de "Los zapatos rojos" no da muchas esperanzas a la pobre Karen. La historia de Andersen termina con el corazón de Karen llenándose tanto de alegría que se rompe y alma de la chica se va al cielo en donde nadie le preguntará más por los zapatos rojos. No parece que se refiera a que es tan feliz que no cabe en sí de gozo, sino que lo que le pasa a la ex-bailarina-compulsiva es que se muere.
Los finales de Andersen no son los típicos de los cuentos de hadas, puesto que en la mayoría de sus relatos, los protagonistas acaban mal, y no hay un "y fueron felices y comeron perdices" y tampoco suele haber castigo para los "malos".
En "Los zapatos rojos" el malo-malísimo no es un ogro o una bruja, sino el calzado. La historia parece más un cuento de miedo que un cuento de hadas. Existe una película de terror coreana basada en el relato de Andersen.

Red ShoesRed Shoes, 2005.

También existe un largometraje musical británico, algo más ñoño, estrenado en 1948 basado en el cuento de hadas. La "Karen" de esta película es una bailarina de ballet clásico y su calzado son unas zapatillas rojas.

Las zapatillas rojasLas zapatillas rojas, 1948.

martes, febrero 13, 2007

Los zapatos rojos (II)

Enlace a parte (I)

U
n día la señora se puso muy enferma, y los médicos dijeron que necesitaba cuidado constante porque se estaba muriendo y que Karen debería atenderla, pero precisamente esa misma tarde había un gran baile y Karen, que estaba invitada, quería asistir. Pensó que a nadie le haría daño que ella fuera a la fiesta, la vieja estaba descansando y acababa de darle las medicinas. Así que buscó los famosos zapatos rojos, que su madrastra había escondido después del numerito que había montado la chica aquel día en la puerta de la iglesia, se los puso y se fue al baile.
Una vez en el salón de baile la chica comenzó a bailar, pero cuando ella se quería mover hacia la izquierda, sus zapatos le hacían ir hacia la derecha, cuando ella quería moverse hacia delante, los zapatos le hacían dar una vuelta. Es como si tuvieran vida propia. Si sonaba un vals, los zapatos bailaban un cha-cha-chá. Y siguió bailando y bailando. Los zapatos hicieron que bailara para salir del salón e ir a la calle. Iba bailando por la calle como los Jetz y los Sharks de West Side Story.
Los zapatos le llevaron, haciendo el moonwalk hasta el parque. Se le hizo de noche en el parque, mientras bailaba y ella estaba asustadísima. Mientras hacía un demi-plié en frente de un árbol, vio ante sí la imágen del anciano de la puerta de la iglesia que le decía: "¡Pero mira qué preciosos zapatos de baile". ¡Se quería arrancar los zapatos pero ya!. Pero los zapatos eran unos con los pies, era imposible quitárselos.

No me puedo quitar los zapatosKaren, en plan Drama-Queen, no se puede quitar los zapatos rojos.

Bailaba noche y día, bailaba por campos y praderas, por el bosque y las calles del pueblo, twist, mambo, sardana, muñeira. Bailó hasta en el cementerio. Pasó por delante de la iglesia y al ver la puerta abierta entró en ella. Allí vio una estatua de un ángel que tenía una espada en la mano. Mientras ella bailaba "el baile de los pajaritos", el ángel le dijo: "Baila, baila, tienes que bailar. Bailarás por todas partes, allá donde los niños pequen de vanidad, bailarás hasta que no puedas más y aun así bailarás mas. ¡Baila, baila!". "Tened un poco de piedad, señor ángel, ¡piedad!" - chilló ella, pero ya sus pies le habían sacado de la iglesia mientras bailaba una Polca.
Una madrugada pasó por delante de una casa que conocía muy bien, de ella salían unos hombres con un ataúd a los hombros; la anciana que tan bien la había cuidado había muerto. La chica estaba apenadísima, aunque no lo pareciera a juzgar por el Foxtrot que se estaba marcando, pues estaba sola en el mundo y hasta Dios la había abandonado y maldecido a través del ángel aquel.

Ángel maldiciendoBaila, baila, baila, baila, baila sin paraaaarrr.
(léase cantando a lo King África)

Bailando y bailando, agotada y sin poder ni con su alma, llegó hasta una casa muy retirada que era donde vivía el verdugo del pueblo. Ella llamó a la puerta y el verdugo salió a abrir. Mientras bailaba un aurresku vasco, Karen le contó todo lo que le había pasado: "Y por eso quiero que me cortes los pies", dijo ella. "Pero yo no sé cortar pies, chica, yo sólo sé cortar cabezas". "No, la cabeza, no, los pies, córtame los pies". El verdugo hizo como ella le pidió y le mutiló los pies con los zapatos rojos. Los zapatos se fueron bailando con los piececitos de la chica dentro, y dejando un reguerillo de sangre de camino al bosque.
El verdugo, que era muy apañadito, siempre tenía el hacha desinfectado, por lo que la chica no se agarró ninguna infección en sus recien estrenados muñoncitos. El hombre, que además de verdugo era ortopedista, le hizo unos pies de madera y le dio unas muletas para que pudiera valerse por sí misma. Karen, agradecida, besó la mano que había empuñado el hacha que la había dejado cojita para toda la vida, y sin preocupaciones sobre qué zapatos ponerse.
Como ya estaba libre de los zapatos malvados, Karen decidió que ya podía ir a la iglesia a ponerse en paz con Dios, puesto que ya había sufrido bastante con aquel calzado, que aunque nunca le había hecho ni una rozadura, realmente eran unos zapatos endemoniados.
Pero cada vez que intentaba entrar en la iglesia, se interponían en su camino los zapatos rojos que danzaban con los restos de sus piececitos dentro. A Karen, aquello le daba tanto miedo que no entraba en la iglesia.

Sin zapatosKaren se ha quedado cojita para toda la vida.

Decidió pedir trabajo en casa del párroco donde podría servirles a él y a su familia. La esposa del pastor se sintió tan apenada por ella que la tomó para que la ayudara con la casa y la prole. Karen era querida por todos y, aunque no era buena fregando suelos porque no se acababa de manejar bien con las muletas, hacía vida normal con la familia y cuando el señor de la casa leía la Biblia en voz alta, ella atendía como la que más. Pero los domingos no se atrevía a ir a la iglesia, le daba pánico encontrarse con los zapatos rojos.
Un domingo que toda la familia había ido a misa y ella estaba sola en su minúscula habitación, leyendo su misal, toda beata, y llorando a lágrima tendida, pidió piedad en voz alta. Y, de pronto, se le apareció el ángel aquel que le había echado la maldición de la momia cuando había entrado a la iglesia bailando. Esta vez el ángel no iba armado con una espada, sino con una rama verde llena de rosas. Y usando la rama cual varita mágica, el ángel hizo que el dormitorio de la chica se convirtiera en la iglesia y que ella estuviera sentada, en vez de en su cama, en el banco donde estaba la familia del cura.
Sus vecinos de banco le dijeron que había hecho bien en ir a la iglesia a oir la misa, y ella dijo que había sido la bondad del Señor y sonó una música digna de Los Diez Mandamientos de fondo. El corazón de la chica se llenó tanto de paz, de alegría y de gozo que estalló (los médicos lo llamaron "paro cardíaco"), y ya nadie le volvió a comentar nada sobre los zapatos rojos.

lunes, febrero 12, 2007

Los zapatos rojos (I)

H
abía una vez una niña muy pobre, tan pobre, tan pobre que en verano tenía que ir descalza y en invierno con unos zuecos muy viejos que le rozaban en el talón. La niña se llamaba Karen y era una monada de chica, muy delicada y muy dulce.
En el pueblo había una anciana a quien Karen le daba pena, así que le remendó unos zapatos rojos muy bastos, pero que no tenían agujeros. Karen pudo estrenar sus zapatos rojos el día del entierro de su propia madre. No es que los zapatos fueran muy de luto, pero mejor llevar eso que ir descalza siguiendo el ataúd de la difunta. En el momento en el que el cortejo fúnebre iba por la calle, pasaba por allí una mujer muy mayor y pudiente que viendo a Karen se apiadó de ella y decidió adoptarla y educarla. Karen se pensó que su buena fortuna había llegado por fin gracias a los zapatos rojos.

Sus primeros zapatos rojos chispasLos primeros zapatos rojos traen suerte.

La anciana le compró a Karen nuevos y caros vestidos y tiró los harapientos zapatos a la basura para reemplazarlos por otros nuevos y de mejor calidad. La madrastra se encargó de educar a Karen y de hacerla toda una señorita.
Un día llegó al pueblo una princesa que estaba haciendo una gira por aquellos lugares. Karen salió, como casi todo el mundo del lugar, a vitorear a la realeza a la calle, llevando su banderita y todo. Vio entonces que la princesa iba vestida de forma muy sencilla, de blanco, sin corona ni nada, pero que llevaba unos preciosos zapatos de tafilete rojo. A Karen se le quedó marcada la imágen pues lo de ella era pasión por los zapatos y más en ese color.
Karen llegó a la edad de hacer la confirmación en la iglesia así que para tal evento fueron su madrastra y ella de comprichuelas. Compraron un bonito y sencillo vestido para el gran día y fueron a casa del zapatero a ver qué zapatos podría conseguir. El zapatero tenía zapatos y botas de todos los estilos y de todos los colores, pero Karen sólo se fijó en unos zapatos de charol rojos parecidísimos a los que había visto a la princesa y se encaprichó de ellos. El zapatero dijo que habían sido un encargo de la hija de un conde pero que al final no los había querido comprar. Eran, fíjate qué casualidad, de la talla de Karen y le quedaban a la perfección. La anciana ya estaba muy mayor y no veía muy bien, además de ser un tanto daltónica, y no se dió cuenta de que los zapatos eran de un rojo carmesí muy muy cantoso y que no pegaban para una confirmación, por lo que se los compró sin más.

Karen y su madrastraKaren y su madrastra se van de compras.

El día de la confirmación, Karen entró a la iglesia con sus nuevos y flamantes zapatos rojos. Mientras iba andando por la nave camino del altar, no dejaba de pensar en lo bonitos que eran sus zapatitos. Todo el mundo se quedó mirando a la chica que llevaba el calzado rojo, Karen pensaba que estaban muertos de envidia porque la verdad es que eran monísimos. Hasta parecía que las imágenes y los retratos que había en la iglesia seguían con su mirada aquellos zapatos. Mientras el cura pronunciaba el solemne discurso y hablaba de que ahora Karen debería convertirse en una cristiana entera y verdadera, ella sólo podía pensar en lo bien que le sentaban aquellos zapatos. Y mientras el órgano sonaba y el coro cantaba, la chica no paraba de mirar de reojo sus pies y de pensar lo chulos que eran los zapatos.
Todo el mundo le fue luego con el cuento a la madrastra de Karen, que si qué osadía unos zapatos rojos, que si cómo es esta juventud, que si ya no hay respeto por las cosas santas... La anciana le echó un responso a la chica que ni el del cura aquella misma mañana. Le dijo que a la iglesia debería ir siempre con calzado negro, por muy viejo y sucio que pudiera ser, que tuviera un poco de respeto y decencia.
Al domingo siguiente, Karen se estaba preparando para ir a misa y no pudo evitar el volverse a poner sus zapatos rojos... eran taaaaannnn mooooonoooos... Cuando madrastra e hijastra llegaron a la puerta de la iglesia un soldado retirado viejo y cojo, con una barba muy larga y roja, se ofreció a limpiar a las damas sus zapatos. Cuando estaba limpiando los de Karen le comentó: "¡Qué zapatos de baile más bonitos!" y dio un par de golpecitos en la suela. "Agarraos bien cuando bailéis". Las mujeres pagaron "la voluntad" y entraron en la iglesia. Todos los asistentes se quedaron mirando el calzado de la chica, también las imágenes y los retratos lo miraban. Karen se arrodilló ante el altar, y mientras bebía del cáliz, solo pensaba en sus zapatos rojos. Estaba tan absorta en la belleza de su calzado que se olvidó de rezar y de cantar.

El paraisoEl paraiso según Karen e Imelda Marcos.

Cuando salieron de la ilgesia y antes de subir al carruaje, el soldado volvió a comentar lo monos que eran esos zapatos de baile (la vieja estaba un tanto sorda y no escuchó los comentarios del mendigo pues habría abroncado a su hijastra por ir con el calzado rojo en vez del negro). Karen no pudo resistir el hacer un par de pasos de baile un-dos-tres, un-dos-tres. Pero una vez que empezó, no pudo parar de bailar, era como si los zapatos tuvieran poder sobre sus piernas, baila que te baila allí, en medio de la calle, que parecía Tony Manero un sábado por la noche. Menos mal que el cochero no sólo era bueno con los caballos sino también haciendo que las señoritas finas y bailarinas entraran en el carruaje. Una vez dentro del coche, la chica consiguió quitarse los zapatos, no sin mucho esfuerzo puesto que sus piernas se habían puesto a bailar break dance. Tan pronto como se los quitó, las piernas se quedaron quietas.

sábado, febrero 10, 2007

Red Hot Riding Hood

Red Hot Riding Hood es un cortometraje de dibujos animados creado por la Metro-Goldwyn-Mayer en 1943 y dirigido por Tex Avery. La historia muestra a una Caperucita, un Lobo Feroz y una Abuela mucho más modernos que en el cuento tradicional.
En una escena famosísima de este clásico, la escena musical, se basaron los creadores de la película La Máscara para la actuación de Jim Carrey cuando ve por primera vez a Cameron Díaz.


Caperucita, Lobo y Abuela con una vida más hollywoodiense.
(Red Hot Riding Hood, 1943)

En 1949 la Metro y Tex Avery vuelven con otro corto, Little Rural Riding Hood, que es un poco más de lo mismo. Vuelve a tratar el tema de Caperucita pero más actual, aunque quizás esta historia sea mucho más parecida al cuento de "Ratón de Campo y Ratón de Ciudad" que a "Caperucita Roja".


Ya está todo inventado.
(Little Rural Riding Hood, 1949)

Quizás esta historia sea una continuación de Red Hot Riding Hood, pues la cabaretera y el lobo de ciudad son los mismos que en el corto del 43. La escena en el cabaret es casi igual a la del primer corto.

martes, febrero 06, 2007

Ricitos de Oro y los tres osos (y III)

bodegónMesa lista para que llegue Ricitos de Oro.

"Ricitos de Oro y los tres osos" (a veces conocido por "Los tres osos") es un cuento infantil publicado por primera vez en 1837 por el poeta inglés Robert Southey. Southey nació en Bristol en 1774, lo que congratulará a algunos de los lectores de Cuentitis Aguda. En la versión del Bristoleño no aparecía Ricitos de Oro, si no una anciana que era quien se comía el porridge (la sopa de avena), rompía la silla y dormía en la cama del oso pequeño. Doce años después de la publicación de Southey, la vieja fue sustituida por una niña por Joseph Cundall, por aquello de darle moralina a la historia. Sucesivas versiones de la historia van cambiando el nombre de esa niña, y Ricitos de Oro (Goldilocks) aparecerá por primera vez en 1904 en la historia sobre los tres osos publicada en el libro Old Nursery Stories and Rhymes.

Versión de SutheyEn la versión de Southey
Ricitos de Oro aun no había tomado el elixir de la juventud.


Joseph Jacobs publica otra versión del cuento (1890) en el que el intruso no es una anciana, sino un zorro. Según Jacobs esta vesión es más antigua que la de Southey, aunque Jacobs la publica después que el Bristolian.
En versiones antiguas de la historia de los tres osos, los palmípedos no son miembros de una misma familia, sólo se dice que viven los tres juntos en una misma casa y que son de distintos tamaños, lo de hacerles padre, madre e hijo es una cosa bastante más moderna.
En todas las versiones del cuento de los tres osos, se presenta a los animales como refinados y educados, pacíficos, vegetarianos (no se habla de que se quieran comer al intruso, ellos comen porridge). Los osos son las víctimas y el intruso (Ricitos de Oro, anciana o zorro) es considerado un mal educado.
Al final del cuento Ricitos de Oro simplemente huye de la casa de los osos, no es castigada por sus actos. La historia no acaba con un final feliz del estilo "fueron felices y comieron perdices" como suele ser en la mayoría de los cuentos de hadas. Versiones más modernas de la historia hacen que Ricitos de Oro pida perdón a los osos e incluso que se haga amiga del oso más pequeño.

despertarNo te acerques tanto hijo, a ver si te va a hacer daño.

En astronomía existe un fenómeno o teoría de Ricitos de Oro (Goldilocks Phenomenon) que consiste en las condiciones perfectas de tamaño y temperatura (ni demasiado frio ni demasiado caliente) para que se den ciertas propiedades, por ejemplo, la Tierra está en la situación perfecta para que el agua sea líquida y la atmósfera mediana que tiene hace que esa agua pueda fluir.
En 1946 el compositor, actor y pianista de jazz Bobby Troup escribió la canción The Three Bears, basada en el cuento de Ricitos de Oro. La letra de la canción la podéis ver aquí, no he conseguido encontrar la canción original de Troup en internet.

Bugs Bunny 1944Bugs Bunny también quiere comer porridge.

lunes, febrero 05, 2007

Ricitos de Oro y los tres osos (II)

Enlace a parte (I)

T
ras su largo paseo, los osos pensaron que su desayuno estaría en su punto de temperatura y no tendrían ni que esperar a que se enfriara un poco más ni que calentarlo un poco en el microondas. Cuando entraron en la casa se dieron cuenta que la puerta estaba abierta pero pensaron que habría sido el viento que la habría abierto, puesto que eran muy confiados y no creían que nadie pudiera haber entrado en la casa.
Ya en la salita, Papá Oso fue directamente a comer su avena pues tenía mucha hambre después del paseito. "¡Alguien ha probado de mi comida! La cuchara está en el plato" dijo Papá Oso con su voz grave. Mamá Osa también se dio cuenta de que algo raro pasaba con su avena. "¡Alguien ha probado de mi avena también! Y con la cuchara me ha manchado el mantel del ajuar!" dijo Mamá Osa con su voz normal. Bebé Oso se acercó a su plato y dijo con su voz aguda: "¡Pues alguien ha probado de mi avena y se la ha comido toda!".

Alguien se ha comido mi avenaPapá Oso, Mamá Osa y Bebé Oso se quedan sin desayunar.

Los osos estaban muy confusos, ¿cómo podría nadie ser tan poco respetuoso como para entrar en su hogar y tomarse sus desayunos?. Decidieron sentarse un rato para descansar de la caminata y debatir sobre lo que había pasado. "¡Alguien se ha sentado en mi silla y me ha dejado el cojín todo descolocado!" - dijo Papá Oso. "¡Alguien se ha sentado en mi silla y me ha dejado el cojín hundido y sin esponjar!" - dijo Mamá Osa. "¡Pues alguien se ha sentado en mi silla y me la ha roto!" - dijo Bebé Oso medio llorando.
Sospechando ya que alguien realmente había entrado en su casa y que podría haber hecho más estropicios, subieron los tres osos las escaleras: Papá Oso el primero, con un bate de beisbol en la mano por si el ladrón de avenas y rompedor de sillas también era atacador de osos. Mamá Osa llevaba el rodillo de amasar para defenderse del intruso y Bebé Oso no llevaba nada porque sus padres le defenderían.
Entraron en el cuarto de baño y vieron que estaba todo desordenado. "¡Alguien ha usado mi cepillo de dientes y lo ha tirado al suelo!" - gritó Papá Oso indignado. "¡Alguien ha usado mi cepillo de dientes y también lo ha tirado al suelo!" - gritó Mamá Osa ofendida. "¡Pues alguien ha usado mi cepillo de dientes y lo ha dejado sin enjuagar en el vaso!" - sollozó Bebé Oso. "¡Puag!" - gritaron asqueados los tres osos a la vez.
Más asustados que nunca entraron en el dormitorio para ver qué más trastadas había hecho el intruso. "¡Alguien se ha sentado en mi cama y la ha dejado toda revuelta!" - dijo Papá Oso mirando las arrugas de su edredón. "¡Alguien se ha tumbado en mi cama y me ha dejado la colcha toda sucia de barro!" - dijo Mamá Osa intentando quitar los manchurrones con un trapo. "¡Pues alguien se ha tumbado en mi cama y aun está en ella!" - dijo Bebé Oso llorando como una Magdalena.

DurmiendoRicitos de Oro parece que nunca ha roto un plato (ni una silla).

Los tres osos se acercaron a ver quien era aquel intruso tan insolente y en ese momento Ricitos de Oro, que hasta ese momento había tenido un sueño muy profundo a pesar de los gruñidos de los osos, se despertó. Al ver a los tres osos mirándola tan de cerca, la rubia se asustó tantísimo que saltó de la cama, salió de la habitación, bajó las escalareas y huyó de la casa como un rayo.

Sin rizosRicitos de Oro pierde los rizos del susto.

Ricitos de Oro aprendió la lección, si volvía a meterse en la casa de desconocidos, se llevaría un despertador.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

domingo, febrero 04, 2007

Ricitos de Oro y los tres osos (I)

H
abía una vez una familia de osos que vivía en una casita en el medio del bosque. La familia de osos estaba compuesta por Papá Oso, que era muy grande y tenía un vozarrón muy grave, Mamá Osa que era de tamaño mediano y tenía una voz más o menos normal (teniendo en cuenta que era una osa) y Bebé Oso que era un osezno pequeño y con la voz muy aguda.
Un día que los osos se habían preparado sopa de avena para desayunar, decidieron salir a dar un paseo hasta que la avena se enfriara un poco porque estaba demasiado caliente y no se querían quemar la lengua tomándola. Así que dejaron sus platos servidos y listos para cuando regresaran de su paseo matutino y salieron por la puerta.
Resulta que una vecina del lugar, que se llamaba Ricitos de Oro porque tenía el pelo rubio y rizado como Shirley Temple (aunque no sabía bailar claqué), paseaba cerca de la casa de los tres osos. Como la niña era un tanto cotilla, se asomó por la ventana de la casa de los plantígrados para ver quien andaba por allí. Los osos eran muy confiados y no pensaban mal de nadie, así que por eso dejaban la ventana abierta aunque no estuvieran en casa. Por eso y porque por las mañanas oreaban la casa para que no oliera aquello a tigrera. Como la chica vio que no había nadie dentro de la vivienda, fue directamente hacia la puerta y la abrió. Los osos tampoco cerraban nunca la puerta con llave, así que la jóven entró en la casa sin problemas.

CotilleandoRicitos de Oro se asegura de que no hay nadie en casa.

Lo primero que vio nada más entrar fue que en la salita estaba la mesa puesta y con el desayuno listo en los platos. La chica se acercó primero a un plato enorme que tenía sopa de avena humeante y como era una malcriada y le importaba bien poco que aquello pudiera pertenecer a alguien, decidió probarlo con la cuchara de madera que había al lado del platazo. "¡Buf! ¡Cómo quema esto! ¡Me he abrasado la lengua!" Y soltó un par de improperios más. Cuando vió que al lado había un plato de tamaño mediano y que también tenía avena, decidió probarlo también. "¡Pero que asco! ¡Esto está helado! No hay quien se lo coma" y soltó la cuchara dentro del plato salpicándolo todo y dejando el mantel hecho unos zorros. Entonces fijó su vista en el plato pequeño que había también sobre la mesa y allá que se fue a probarlo. "Mmmm, qué bueno que está esto. En su temperatura justa... está tan bueno que me lo voy a comer todo". Cuando acabó con todo el contenido del plato pequeño se limpió la boca y las manos con el mantel, dejándolo aun mas sucio de como lo había dejado hasta el momento.

Comiendo del plato pequeñoVaya cómo me voy a poner con esta avena.

Ricitos de Oro estaba cansada después de su paseo y su comilona y decidió sentarse un rato a descansar y ver la tele. Primero probó una silla bien grandota que había en la sala. "¡Qué duro que está esto! No se cómo puede nadie sentarse en esta sillaca". De un salto se bajó de la silla jurando en hebreo y probó entonces una de tamaño mediano que también había en la sala. "¡Andá qué blanda que está ésta! ¡Pero si me estoy hundiendo para abajo!" Tampoco le gustó esta silla, ya sólo le quedaba por probar la silla más pequeña. "¡Pero qué cómoda es esta silla! ¡Me encanta!" Empezó a saltar y balancearse en la silla pequeña ya que le parecía tan cómoda que quería probarla bien. Pero con tanto movimiento la silla acabó por romperse y Ricitos de Oro calló al suelo de culo. Empezó a quejarse y soltar palabrotas a las sillas. "Creo que lo mejor es que siga investigando la casa".

Silla rotaYa no hacen las sillas como las de antes.

La rubia subió las escaleras para ver que había en el piso de arriba. Entró en el cuarto de baño y vio tres cepillos de dientes en un vaso sobre el lavabo. "Después de la avena que me he tomado debería lavarme un poco los dientes" - Pensó. Decidió probar primero con el cepillo más grande. "¡Buf! ¡Qué cerdas más duras tiene este cepillo! Menuda escabechina que me estoy haciendo en las encías." Tiró el cepillo de dientes hacia atrás y sobre su hombro izquierdo para que no le trajera mala suerte y probó con el cepillo de tamaño mediano. "¡Vaya un cepillo más blando! Con esto voy a tardar años en limpiarme los dientes." También tiró el cepillo de tamaño mediano al suelo y cogió el cepillo pequeño. "¡Éste si que es un cepillo en condiciones! ¡Qué maravilla!" Cuando acabó de lavarse los dientes dejó el cepillo sin enjuagar en el vaso de donde lo había cogido.
"¡Ay, qué sueño que me está entrando! Me iré a acostar un ratito". Ricitos de Oro entró en el dormitorio de los Osos donde había tres camas, y sí, lo habéis adivinado: una grande, una mediana y una pequeña. La chica decidió probar primero la cama grande. "¡Pero qué cama más dura! Me duele todo y sólo me he sentado en ella. Seguro que si me duermo aquí la siesta me voy a levantar con dolor de todo". Se dirigió entonces a la cama mediana y se sentó en ella para probarla. "¡Qué blanda es esta cama! ¡Que me hundo, que me hundo! ¡Qué incomodidad!". Por último probó la tercera cama, la más pequeña. "¡Uy, qué cómoda que es esta cama! ¡Me voy a echar una siesta que se va a c....!" Y se quedó dormida sin poder siquiera acabar la frase e ignorando que los dueños de la casa podrían llegar en cualquier momento.