Cuentitis aguda

lunes, octubre 30, 2006

Barba Azul (II)

Enlace a parte (I)


C
uando la señora de Azul se repuso de la impresión recogió la llave del charco de sangre en el que había caído y cerró la puerta del gabinete. Se fue a su dormitorio con el níquel-nanas y la acetona para ver si conseguía sacar la mancha de sangre que había quedado en la llavecita.
Dos horas estuvo la buena moza intentando limpiar aquella señal, pero nada, no lo consiguió. Tan atareada estaba con la llave que ni se le ocurrió llamar a la policía para que fueran a investigar la misteriosa muerte de las anteriores mujeres de su marido. Tampoco le comentó a nadie lo que había visto en el gabinete puesto que se delataría como desobediente y mala esposa.
A los dos días Barba Azul regresó del viaje puesto que el negocio había sido cerrado satisfactoriamente antes de lo previsto. Nada más llegar le pidió a su mujer el manojo de llaves y ella se lo devolvió toda nerviosa puesto que la mancha de sangre era un tanto evidente.
"Cariño, la llavecita del gabinete está manchada, ¿sabes tú cómo ha podido ocurrir?"

Devolviendo las llavesBarba Azul tiene la mosca detrás de la oreja.

"Pues no tengo ni idea, ¿cómo una mancha de sangre de una de tus anteriores mujeres ha podido llegar a parar a la llave? Yo no la he tocado, ¿por qué me miras así? Barbita, se te esta hinchando la vena del cuello. Tranquilo, no resoples.... ¿No estarás pensando que he podido entrar, nada más que te fuiste, a la habitación donde están degolladas todas esas mujeres? ¡Con lo cándida e inocente que soy!"
"Has sido muy desobediente y debes morir. Mira que siempre caigo en lo mismo, ¿es que ninguna de mis esposas puede hacerme caso en la única cosa que les pido?. Porque que sepas que no eres la primera, ni la tercera, ni la quinta que me desobedece. ¡¿Pero cómo tengo que pedir que no quiero que nadie entre en ese gabinete?! ¡Todas iguales!. Si ya lo decía mi madre..."
Barba Azul, ya completamente fuera de sí, sacó de su bolsillo una daga que siempre llevaba a mano por si acaso. Pero justo en el momento en que Barba Azul iba a acuchillar a su esposa, aparecieron los dos hermanos de ésta que pasaban precisamente por allí y que venían armados (porque eran mosqueteros). Barba Azul, que vio muy difícil de demostrar que aquello no era lo que parecía, intentó huir, pero sus cuñados le atravesaron con sus espadas.

Violencia de géneroEsto no es lo que parece.

La señora viuda de Azul quedó muy contenta puesto que había sobrevivido y además era la única heredera de la inmensa fortuna de su marido. Gracias a su fortuna pudo dar una buena dote a su hermana, pagarles cargos de capitán a sus dos hermanos, y aun le sobró dinero para poderse casar con un buen hombre que le hizo olvidar los malos tratos a los que le había sometido Barba Azul.

domingo, octubre 29, 2006

Barba Azul (I)

É
rase una vez un hombre muy rico que tenía un montón de mansiones y de tierras, también poseía cantidades ingentes de joyas, un par de empresas, unas cuantas vajillas de oro y otras cuantas cuberterías de plata, tenía además media docena de cuentas en Suiza y coches de todas las marcas, tamaños y colores. A pesar de todas estas virtudes, el hombre también tenía una desgracia, su barba era azul y, precisamente por eso, todo el mundo le tenía un tanto de miedo y le encontraban algo repulsivo. También la barba azul era el motivo por el que todo el mundo le llamara Barba Azul.
Barba Azul pidió a una gran dama de alta cuna que le diera una de sus dos hijas en matrimonio. Al hombre le daba igual cual de las dos jóvenes iba a ser su esposa así que la decisión quedó en manos de la señorona y de sus dos hijas. Las chicas no querían casarse con Barba Azul y se pasaban el día discutiendo para ver quién era la se casaría con él. Había algo sospechoso en aquel hombre pues previamente se había casado varias veces y no se sabía nada de lo que había pasado con las anteriores esposas.
Para que se fueran conociendo mejor y tener mejor relación con la familia política, Barba Azul invitó a las dos candidatas, a la madre de ellas, a unas amigas de la familia, a algunos jóvenes conocidos y a un par de vecinas cotillas a que pasaran una semana en una de sus mansiones. Los invitados pasaron una semana de fiesta y jolgorio continuo, venga de cacerías y bailoteos luciendo trajes espléndidos y tacones imposibles. Tan bién se lo pasó aquella semana que la más pequeña e inocente de las dos hermanas (y en parte también debido a los excesos alcohólicos) empezó a ver la barba de su anfitrión menos azul y a notarle un no-se-qué. En cuanto llegaron de vuelta a la ciudad se celebró el matrimonio.
Después de un mes de casados, Barba Azul le dijo a su esposa que debía hacer un viaje de negocios por un asunto de suma importancia, y que se ausentaría de la mansión unas semanas.
"Cariño, pásatelo bién en mi ausencia, come bién y cuídate. Aquí te dejo las llaves de los guardamuebles. Ésta es la llave de la sala donde están guardadas las vajillas de oro y las cuberterías de plata que no usamos todos los días. Y ésta es la llave de la caja fuerte donde está el oro, ésta la de la caja fuerte donde está la plata. Estas dos llaves son las de las cocheras donde se guardan las carrozas y los ferraris. Esta llave es la del cuarto donde están todas las joyas. Todas éstas de aquí son las llaves de las habitaciones de la mansión. Y esta llave pequeñita es la del gabinete de la planta baja, el que está al fondo a la izquierda. En mi ausencia puedes entrar donde quieras, puedes pasearte por todas partes menos por el gabinete, ahí te prohíbo que vayas porque si entras no responderé de mis actos".

Barba Azul y las llavesBarba Azul da instrucciones bién claras.

Después de que su esposa le prometiera que no entraría en el gabinete, Barba Azul le dio un beso en la frente y se fue en su carroza a atender sus negocios.
En cuanto se quedó la jóven de "Rodríguez", pensó: "¿Y ahora qué hago yo con tantos días sola por delante?...¿Qué puerta abriré primero?. Mmmmhhhh, ya lo sé, me iré a mirar qué es lo que hay en el gabinete porque por algo le he prometido a mi marido que no entraría allí. ¡Seguro que hay un secreto secretoso!"
Asi que la mujer bajó a la planta de abajo y abrió la puerta del gabinete. Al entrar vió que estaba el suelo hecho unos zorros todo lleno de sangre por todas partes. Al mirar a las paredes vio que Barba Azul tenía allí degolladas a todas sus anteriores esposas. ¡Qué hombre mas malvado! Ni tan siquiera se había molestado en limpiar el suelo después de cometer sus crímenes. De la impresión de ver tanto cadáver junto, a la obediente esposa se le cayó la llave al suelo.

... continuará...

lunes, octubre 23, 2006

La Princesa y el Guisante (I)

Había una vez, hace mucho tiempo y en un reino muy lejano, un joven príncipe en edad casadera. El reino necesitaba que su heredero contrajera matrimonio y concibiera un principito que le sucediera llegado el momento, por aquello de que no hubiera guerras de sucesión, ni guerras carlistas ni cosas por el estilo.
El caso es que el príncipe llevaba tiempo buscando una princesa, pero parecía no ser capaz de encontrar a una del gusto de su madre, la reina. Para la reina, todas y cada una de las princesas tenían alguna pega: que si demasiado habladora, que si menuda sosainas, que si no sabe tocar el piano, que si qué vocabulario es ése, que si vaya unos modales, que si mira que no saber ni hablar francés.

Pero quiso el destino que una noche de tormenta de rayos y centellas, en las que llueve a cántaros y a mares, llamó a la puerta del castillo una joven. El rey, que era muy sencillo, salió en persona a abrir la puerta de su palacio. La doncella, que estaba toda calada, con el pelo y la ropa chorreando, y toda manchada de barro, dijo que era una princesa a la que la lluvia había pillado sin paraguas y que si podría pasar a secarse un poco.
El rey le hizo pasar y junto a su esposa le ofrecieron ropa seca, cena y hasta pasar la noche en su humilde hogar.

La reina, que vio una buena oportunidad de ver si la chica era o no una verdadera princesa y en caso de que así lo fuera, poderla casar con su hijo que ya se iba a quedar para vestir santos, empezó a preparar la habitación de la joven. Mandó quitar las sábanas y el colchón de la cama que ocuparía la pretendienta a princesa. Colocó sobre el somier un guisante e hizo traer de otras habitaciones de invitados que tenía por el castillo veinte colchones y veinte edredones para ponerlos todos, bien apiladitos, encima de la cama.

20 colchones y 20 edredonesLa reina sabe si su invitada es de sangre real sin hacer pruebas de ADN.

Era ya tarde y la chica se retiró a sus aposentos. Estaba agotada y no veía la hora de meterse en la cama. Cuando vio aquella gran pila de colchones se le cayó el alma a los pies. Pero tenía que acostarse, asi que se subió como pudo a aquella torre de ropa de cama. Más de media hora tardó la pobre mujer en llegar arriba y cuando llegó y se acopló, se acordó de que se le había olvidado lavarse los dientes. Vuelta a bajarse, ir al baño y después a volver a subir. Menuda odisea, y ¡con lo cansada que estaba!. Cuando consiguió colocarse de nuevo empezó a encontrarse incomodísima, cada vez que se giraba para intentar coger una buena postura para dormir, se asustaba pensando en la inmensa caída al vacío que podría sufrir. Con los ojos abiertos como platos, pensó en que tendría que volver a bajar si tenía ganas de ir al baño durante la noche. ¡Bajar otra vez la pila de colchones! y luego volverla a subir. Y vueltas y más vueltas en la cama. Al final la princesa se dijo:
"Candela, ¡pareces boba! Si te da miedo subir y bajar, ¿por qué no duermes abajo, encima del baúl de la piquer que está a los pies del empirestatebuilding que tienen montado aquí?"
Total que la princesa se decidió por fin a bajar de la cama y dormir sobre el baúl, que era durísimo y nada cómodo, pero desde donde una caída no podría dejarle tetraplégica.

Y cómo bajo ahoraY ahora tengo sed.

A la mañana siguiente, cuando la princesa estaba desayunando, la reina, toda contenta, le dio los buenos días y le preguntó qué tal había pasado la noche.
"Pues verá señora, ahora que lo menciona, le contaré que he pasado una muy mala noche. ¡Vea, vea qué ojeras que traigo! No es por criticar, pero qué cama mas incómoda. Al final he podido dormir un poco, pero qué duro, qué dolor de espalda. ¡Mire, si hasta tengo moratones y todo!"

La reina, claro, no sabía nada de dónde había dormido la invitada y suponía que había pasado la noche en la cama sobre los veinte colchones y veinte edredones. Con una sonrisa de oreja a oreja le dijo a su hijo que debía casarse con aquella muchacha que era una verdadera princesa porque su delicada piel había notado la presencia de un guisante bajo veinte colchones y veinte edredones. Como quien lo decía era una reina y los príncipes eran un par de mandados, contrajeron matrimonio. El guisante aún hoy se conserva entre las joyas de la corona y los visitantes y turistas, por un módico precio, pueden ir a verlo en la exposición permanente que existe en el castillo.

Moraleja:
Llévate el paraguas por si llueve.

viernes, octubre 20, 2006

Piel de Asno (y IV)

Charles Perrault (1628-1703) escribió su versión del cuento popular Piel de Asno en 1694. Podéis leer el original en francés aquí .

El cuento trata el incesto y el complejo de Electra como quien no quiere la cosa. El rey intenta casarse con su propia hija (éste lo intenta de verdad, no de mentiras como el esposo de Griselda) y hay ciertos momento en los que la princesa parece flaquear. La princesa decide huir de su castillo para evitar el acoso sexual de su padre.

La parte final de Piel de Asno recuerda bastante a La Cenicienta, solo que en vez de buscar el pie para el zapato, el príncipe busca el dedo para el anillo (¿el anillo con fecha por dentro?).

En algunos "psicoanálisis" que le hacen al cuento de Piel de Asno, hablan de la escena final en la que el príncipe se asegura de que su relación con la porqueriza es apropiada a su edad y su nivel social. El príncipe llega a Piel de Asno descartando a las mujeres demasiado mayores (dedos demasiado grandes para el anillo), a las mujeres demasiado jóvenes (dedos demasiado finos para el anillo) y a las mujeres de condición inferior (a la calidad del anillo me remito).

Los Hermanos Grimm escribieron otra versión del cuento en 1819. Sólo he encontrado la versión en inglés. En la versión de los Grimm no hay prueba de anillos sino que Piel de Asno empieza a cocinar para el príncipe (que en el cuento de los Grimm es rey) y a poner a propósito una serie de cosas dentro de la comida para que el soberano se dé cuenta de su presencia.

Jacques Demy realizó en 1970 una adaptación cinematográfica del cuento de Piel de Asno, en el que su actriz protagonista es Catherine Deneuve.

La DeneuveLa Deneuve lista para hacer unas torrijas.


Dior tiene un diseño del traje del color de luna. Posiblemente el padre de Piel de Asno le pidiera a Christian Dior en persona la realización del antojo de su niña.

Madrasta con un DiorLa madrastra de Blancanieves no está convencida de llevar un vestido exclusivo.

Si estáis interesados en saber más sobre Piel de Asno y el incesto, echad un vistazo a esta web (en inglés) sobre el incesto en los cuentos tradicionales indo-eurpeos

martes, octubre 17, 2006

Piel de Asno (III)

Enlace a parte (I) y (II)


L
as doncellas en edad casadera de todas partes del reino empezaron a prepararse para la llegada de los enviados del principe que llegarían con el famoso anillo. Todas ellas querían ser las elegidas, unas por que el príncipe estaba de muy buen ver, otras porque solo le querrían por su dinero, otras veían que si no pillaban a un hombre por la tontería del anillo se quedarían para vestir santos (porque eran más feas que Picio). Como no todas tenían los dedos finos como para que les valiera el anillo, intentaron de todo para adelgazarlos, unas compraban potingues para adelgazar dedos que se vendían a alto precio debido a la demanda, otras que tenían menos dinero se machacaron los dedos con mazas (las menos listas, porque así solo consiguieron dedos como morcillas), otras se cortaban pedacitos de dedo para hacerlos mas finos (si sobrevivían a la infección, el dedo no habría cicatrizado para la llegada de los enviados de palacio y aggggg, que repelús cuando las intentaran poner el anillo). Como os habréis dado cuenta, en el reino del príncipe las mozas eran famosas por lo brutitas que eran.

Total que los enviados empezaron probando el anillo a marquesas, duquesas y baronesas, nada encontron. Siguieron con las burguesas y pijillas de la zona y nada. Cuando habían buscado entre todas las chicas de buena familia empezaron por las criadas, chachas, frega-platos, lecheras, granjeras... Habían revuelto Roma con Santiago y nada, ya solo quedaba Piel de Asno que esperaba en un rincón de la cocina de la granja mientras hacía que fregaba, puesto que la chica estaba muy segura de la finura de sus dedos y de que nadie podría aparecer a quien le valiera el anillo, y, claro, no podía mancharse las manos... ¿qué iba a pensar el príncipe si no?....

A pesar de que los compañeros granjeros insistieron a los Probadores Reales de Anillos de que no merecía la pena ni tan siquiera intentar ponerle el anillo a la callo malayo de Piel de Asno, los Probadores eran muy cabezotas y dijeron- “A todas, tenemos que probárselo a todas, no podemos olvidarnos de ninguna”.

Piel de Asno entonces sacó su manita tan fina, tan blanca que parecía de porcelana (se habia lavado las manos justo antes). Todos se quedaron patidifusos cuando vieron que el anillo le quedaba perfectamente. Los Probadores Reales de Anillos quisieron llevarla inmediatamente a presencia de los monarcas pero Piel de Asno les pidió unos minutillos para ponerse algo de ropa más acorde al momento. Sus compañeros no paraban de reir, y ¿qué iba a tener esa simple criada para ponerse? Además que era tan fea que seguro que le quedaría fatal cualquier cosa.

Piel de Asno no tardó unos minutillos sino más bien un par de horas. La chica entró en su mini casita, se duchó, se peinó y se pintó la raya del ojo. Cuando salió, todos la esperaban con la boca abierta. Era imposible que una chica tan bella fuera la misma que había entrado, hacía ya un rato largo, con un pellejo de burro como capa.

Piel de Asno se retoca el maquillajePiel de Asno tardando un poco más de unos minutillos.

Piel de Asno llevaba su preciosa melena rubia natural suelta con varios diamantes colocados en el pelo. Se había puesto su vestido del color del sol que despedía mil rayos de luz (todos tuvieron que ponerse la mano de visera para poder seguir mirándola). Sus ojos eran de un azul mar y con una forma almendrada que fulminarían al príncipe en cuanto parpadearan. Su cinturilla de avispa y su elegancia encandilaron a todos los presentes.

Como la chica ya estaba arregladísima, elegantísima y monísima, los Probadores Reales de Anillos la condujeron a presencia del príncipe y de los reyes. Al príncipe se le caía la baba y no dejaba de mirarla, bueno, en realidad Piel de Asno también bebía los vientos por el chico asi que los dos estaban muy babosos. El rey en cuanto vio a su nuera la aceptó como tal, estaba muy buena y como el rey era un tanto viejo verde, también babeó por la chica (aunque no del mismo modo en que babeaba el padre de Piel de Asno allá en tiempos, no vayáis a pensar). A la reina le costó más aceptarla porque ya sabemos todos que las reinas son muy recelosas con sus príncipes, pero vio que su niño era feliz con la joven asi que también aceptó.

“Y venga que nos vamos de boda” – dijo el rey. Como era así de sencillo invitó a todos los reyes, reinas, príncipes, princesas, marqueses, marquesas, duques, duquesas, barones, baronesas, monarcas y monarquesas de todos los reinos del mundo mundial. En aquella boda había sangre azul para parar un tren.

Por su puesto apareció para la boda el padre de Piel de Asno, pues era rey y también estaba invitado al evento, y como ya se le había pasado aquel “flus” que le dio, fue a abrazar (paternalmente, claro) a su hija. Asi que ya todos supieron que Piel de Asno era una princesa. La madre del príncipe respiró aliviada, la niña era de buena familia y menuda dote que llevaría consigo...

En ese momento también apareció el Hada Madrina de la princesa Piel de Asno, que no se perdía una. Llegó y contó toda la historia de su ahijada asi que todos se asombraron de las penurias por las que había pasado Piel de Asno y la alavaron por sus proezas. Piel de Asno se hizo muy popular entre el populacho a partir de entonces, no así el padre de la joven, pero ése es otro cantar.

Piel de Asno y el príncipe se casaron y fueron felices para siempre jamas.


Moraleja


Si quieres conquistar a una princesa, ya estás comprándole vestidos. Si quieres conquistar a un príncipe, ya estás aprendiéndote el recetario de Arguiñano.

lunes, octubre 16, 2006

Piel de Asno (II)

Enlace a parte (I)


C
omo la princesa no podía vivir del aire (como hacen todas las princesas) porque se había emancipado, decidió buscarse un trabajo a tiempo completo en una granja. Como la chica iba mas bien sucia (no se había cambiado de ropas en todo el viaje ni se había aseado porque estaba mal acostumbrada a que sus criadas se encargaran de todo) y cómo no sabía hacer nada de provecho (recordemos que era una princesa) pues solo le pudieron ofrecer un trabajo de porqueriza y friega todo. Piel de Asno (así la llamaban todos porque no se quitaba nunca la piel del asno que le había regalado su padre) se puso muy contenta con su primer trabajo que había conseguido ella sola sin necesidad de enchufes y ni de escribir un solo currículo, además que por tener un puesto como porqueriza tenía también derecho a una casita muy modestita y mona en la granja para la que trabajaba.

Así que allí que se instaló y trabajó como la que más. Sus compañeros se burlaban de ella y de lo sucia que iba siempre, a todos les daba asco incluso el acercarse a ella. Todo ésto hizo a Piel de Asno poco sociable, en cuanto tenía un día libre se lo pasaba en su casita sin salir. Nada más llegar a su casita cerraba la puerta a cal y canto y llamaba al baúl Manolo. El baúl hacía acto de presencia y entonces Piel de Asno se aseaba y se ponía alguno de los vestidos que tenía guardados en el baúl, unos días el del color del cielo, otros el del color de la luna y otros el del color del sol. Antes de ponerse uno de esos vestidos, tenía que echar las cortinas porque del resplandor que irradiaban podía llamar la atención de sus compañeros de trabajo. No sólo se ponía los vestidos sino que también se peinaba muy mona, se pintaba la raya del ojo y se ponía una selección de sus muchas joyas. Y era en ese momento cuando se podía ver toda su belleza que ella ocultaba los días de diario debajo de un montón de porquería.

Os preguntaréis por qué Piel de Asno se puso a trabajar pudiendo vender o empeñar sus vestidos y sus joyas. Piel de Asno era un tanto materialista (como ya os habréis dado cuenta) y ya podría estar muriéndose de hambre que no se desharía de sus mejores tesoros, por eso prefería limpiar cerdos y en las tardes libres disfrutar de sus sencillas posesiones.
La granja en la que trabajaba Piel de Asno pertenecía a un rey muy rico y poderoso. Este rey tenía un hijo muy atractivo que solía salir de cacería y a la vuelta de su actividad social descansaba unas horitas en la granja. Piel de Asno se quedaba siempre embobada mirándole pues le encontraba el joven más apuesto de cuantos había visto a lo largo de su vida. El príncipe sólo veía a Piel de Asno como una porqueriza llena de mugre y un tanto asquerosa e impertinente por quedársele mirando siempre con la boca medio abierta y cayéndosele la baba. Y Piel de Asno pensaba para sí. “Qué feliz debe de hacer el príncipe a la joven que sea su amada. A mí con que me regalara un vestidito de nada, muy humilde y sencillo, me sentiría más honrada que con todos los míos”. La chica estaba realmente obsesionada con los vestidos, no sé si por fetichismo o por simple materialismo.

Piel de AsnoPiel de Asno pensando en qué vestidos pedirle al príncipe.

Resultó que un día, el príncipe estaba dando un paseo por la granja y por casualidad pasó por la puerta de la casa de Piel de Asno. El príncipe vio un resplandor que salía por la cerradura de la puerta de la casa y como era un cotilla de tomo y lomo, no lo pudo evitar y se asomó por la cerradura. Era día de fiesta así que Piel de Asno estaba toda arregladísima, tan sencilla y tan discreta, con su vestido de diamantes, piedras preciosas e hilos de oro. El príncipe quedó encandilado con la joven a la que estaba viendo y no tanto por el vestido y las joyas como por la belleza de la chica. Era tan fina, tan guapa, con una cara de óvalo perfecto, una piel tan blanca y fina y era tan sencilla y tan discreta que el príncipe se enamoró al instante.

El príncipe pasó los días siguientes en su castillo totalmente desganado y cabizbajo. El pobre hombre no se quitaba de la cabeza la imagen de la joven que había visto a través de la cerradura. Según parece esto de que la princesa fuera la causa de la obsesión de las monarquías era algo normal. El príncipe investigó a ver quién podía ser aquella chica perfecta, diosa de la belleza y el centro de todos sus pensamientos.

“En la casa esa que describís, señor, vive Piel de Asno” –le dijo uno de los empleados de la granja al que preguntó – “pero os aseguro que no es hermosa como decís, es una porqueriza harapienta que va siempre sucia y con una capa de mugre que no se quitaría ni con níquel-nanas. Y además es mas fea que un dolor”

El príncipe seguía desganado y hasta dejó de comer. Su madre preocupada (para eso era una madre) le pidió que comiera un poquito al menos. Él no paraba de llorar (esto de llorar debía ser cosa de la época, no tanto un particular de la familia de Piel de Asno) y dijo que solo comería un pastel preparado de manos de Piel de Asno.

La reina, que era muy madre y que tenía mimadísimo a su único hijo, pues se fue a la granja y encargó que Piel de Asno hiciera un pastel para el príncipe. Por mucho que hablaron a la reina de lo fea y desagradable que era Piel de Asno, ella siguió en sus trece de conseguir comida para el príncipe.

Piel de Asno no era buena cocinera (por no decir que era mala), no estaba acostumbrada a acercarse a la cocina mientras vivió en su palacio, pero como eso de la independencia te hace espabilar pues se agenció una receta de un pastel que siempre quedaba bien (y en aquella época era difícil encontrar recetas así porque no se podia hacer un “google” de “príncipe enamorado pastel chuparse dedos”). Era día de fiesta así que Piel de Asno se puso sus mejores galas y su mas caros joyorros y manos en la masa, no quería hacer esperar al príncipe que le hacía babear. Trabajó un montón en el pastel, tanto que no se dio cuenta que uno de los anillos de esmeraldas que llevaba puestos, con una piedra del tamaño de una moneda de euro, se le había caído dentro de la masa.

siguiendo la recetaPiel de Asno cocina con la ropa de andar por casa.

Los criados llevaron ante el príncipe el pastel cocinado por Piel de Asno y el se lo comió con mucha hambre. Nunca había comido nada que le gustara más. Con tanta ansia se lo comió que casi ni masticaba y un pelillo le faltó para tragarse el anillorro de Piel de Asno. El príncipe lo escondió debajo de una de sus almohadas para poder recordar lo finas que eran las manos de su amada, pues estaba claro que el anillo era de ella y que, por lo estrecho del aro de oro, los dedos debían de ser los más finos del reino.

El príncipe empeoró de su enfermedad, cada día estaba más delgado y más desganado. Los médicos de la corte que sabían mucho, diagnosticaron mal de amores y le recetaron un matrimonio. El príncipe se hizo de rogar, pero al final dijo que se casaría pero sólo con aquella joven del reino a la que le valiera el anillo de esmeralda. La condición que había puesto el príncipe era muy rara pero el pobre hombre estaba tan enfermo que nadie le puso ninguna pega y allá que se fueron los encargados de encontrar a la futura princesa por el reino.

Qué le pasará al príncipeEl príncipe está de bajón.

... continuará...

domingo, octubre 15, 2006

Piel de Asno (I)

É
rase una vez un matrimonio de reyes. El rey era muy sabio y todo un profesional con su trabajo. Gobernaba a las mil maravillas y todo el mundo le quería. El rey había hecho que en su reino reinara la paz (bueno, principalmente reinaba él) y potenció que se desarrollaran las artes. La reina era la más guapa del mundo mundial por aquel entonces, era muy fishna y elegante y sabía hacer feliz al rey en todos los aspectos. Del feliz matrimonio había nacido una niña, una única niña a la que querían los dos un montón. La niña había tenido suerte en el reparto genético y era tan guapa como la madre y muy dulcecita.

El reino y los reyes eran felices. Disponían de todo cuanto podían necesitar y tenia todos los lujos que se puedan imaginar, tanto era así que hasta en el establo tenían tesoros, de hecho uno de los más preciados del castillo. Allí tenían alojado, con todas las comodidades (e incluso más) a un sin par asno. El asno era muy lustroso y limpio, tanto era así que en vez de boñigos, el asno echaba monedas de oro. Las monedas eran de curso legal, incluso salían con el careto de los reyes, como si el asno las acuñara en sus propios intestinos. He de decir que las monedas salían limpias (nada de poner esas caras) y que eran recogidas todas las mañanas por el recogedor de monedas de burro real.

asno acuñandoEl asno acuñando monedas, versión para todos los públicos.

Llegó un día, como suele pasar en estos cuentos, en el que a la reina le dio un tabardillo y se puso muy enferma, nadie sabía como curarla así que el rey la veló durante toda su enfermedad (fue poco tiempo, la verdad). La reina, viéndose tan enferma le dijo a su marido.
“Querido, has de prometerme una cosa antes de que muera”
“Lo que sea, por dios, reina mía, lo que sea pero no hables así” – lloriqueaba el rey.
“Sé que cuando haya muerto volverás a querer casarte”
“Uy, por dios, ¿cómo puedes pensar eso? Es a ti a quien quiero y no podría casarme con ninguna otra”
“Te conozco demasiado bien y sé que lo harás. Debes prometerme que si te decides sólo te casaras con una mujer que sea más bella que yo” – la reina, que no era modesta que digamos, estaba muy segura de su belleza y que el rey, prometiendo ésto, no se volvería a casar.
“Te lo prometo, querida, te lo prometo”- Y entonces la reina murió (ya había dicho lo que quería decir) en los brazos de su esposo.

El rey lloro todo y más, la gente pensaba que se le iban a secar los lagrimales. Nunca antes se había visto llorar tan desesperadamente a un rey. Lloró todo el día y todos los días, todos los días durante 2 meses, al tercer mes pensó que ya era hora de volver a casarse.

Como había hecho la promesa a su reina, empezó a buscar por todas partes a una mujer más bella que la difunta. Buscó en su reino y en los reinos vecinos pero nada encontró. Todo el mundo sabía que la reina era la más guapa y ninguna otra mujer podría ser comparada con ella, ninguna salvo su propia hija. La princesita era clavadita a la madre en todo, añadiendo a su favor la juventud y la inocencia de sus quince primaveras. Le rey, que no era tonto, se dio cuenta y entonces puso los ojos en su hija, incluso encontró un cura que le haría trapicheos ante la Iglesia para que se viera bien el matrimonio entre un rey y su propia hija natural.

La princesita lloró y lloró desconsolada, no quería casarse y menos con su padre (en eso de llorar a quien era clavada era a su padre). Solo vio como solución ir a hablar con su madrina, así que para la casa de la mujer que se fue. Como la madrina estaba siempre enterada de todo, ya sabía por qué la princesa iba a verla así que ya tenía preparados unos consejos.

Piel de Asno busca consejoLa madrina promete a Piel de Asno que tendrá un bonito fondo de armario.

La madrina le aconsejó a la princesa que le dijera al rey que si quería casarse con ella debería regalarle un vestido más bonito que el cielo en un día de primavera (un día no lluvioso se entiende). La madrina era un tanto cursi a la hora de elegir ropa, eso era evidente, pero la princesa siguió el consejo y le pidió al rey el vestido. El rey, que era muy poderoso, dio un par de órdenes y al día siguiente le entregó a su hija el vestido deseado, el más bonito que jamás se hubiera visto, de un azul cielo brillante y con hilos de oro bordado que a la princesa le sentaba a requetebien. Ella en vez de alegrarse se puso a llorar otra vez de camino a casa de su madrina.

A la madrina se le ocurrió que la princesa debería pedirle al rey como prueba de amor que le regalara otro vestido, más lujoso y elegante, que fuera del color de la luna y tan resplandeciente que hiciera palidecer a su lado a todos los astros del firmamento (la madrina no tenía precio como cursi, no me digáis). La madrina estaba convencida que con los datos que le daba a la princesa sobre el color del vestido, al rey le iba a ser imposible regalárselo. Pero al día siguiente de que la princesa le hubiera pedido el nuevo vestido al rey, él se lo entregó. Era un vestido nacarado con piedras preciosas incrustadas e hilos de oro.

La princesa, después de ver ese vestido y como ella era tan superficial y materialista estuvo a punto de aceptar el casarse con el rey, pero la madrina le echó el freno y le dijo que volviera a pedir otro vestido, esta vez mucho más brillante y del color del sol. Al día siguiente el rey se presentó con el vestido, de tela con diamantes engarzados y oro por todas partes, un esplendor que ni el propio sol podía mostrar, así de sencillas eran las peticiones de la dichosa princesita.

La madrina, analizando la situación y que por mucho que pidiera cosas complicadas y carísimas el rey iba a encontrar la forma de dárselas a la princesa,
“Hija mía, cómo no te va a dar el rey todo lo que le pidas si tiene un montón de dinero que sale de una fuente inagotable, el famoso asno que le proporciona monedas todos los días. Creo que la única solución para evitar el bodorrio sería que le pidieras a tu padre la piel de ese asno”
La princesa se fue tan contenta al rey y le pidió la piel del asno tal y como le había dicho su madrina. El rey, que estaba cegado por el amor a la princesa, le entregó lo que le había pedido, la piel del asno que soltaba monedas de oro. Ahora sí que lloró la princesa, pero la madrina, que tenía ideas para todo, le dijo.

“Como aun estamos en el medievo pues no puedes denunciar a tu padre por acoso sexual (nadie nos haría caso). Se me ha ocurrido que entonces lo único que te queda ahora es salir por piernas del reino. Tienes que salir disfrazada para que nadie te reconozca. Vístete con ropas de campesina y ponte encima la piel del asno que está muy limpia por dentro y por fuera y sal del reino, ve a un lugar lejano donde el rey no te pueda encontrar. Ah, y no te preocupes por tu fondo de armario. ¿Ves este baúl? Pues es mágico” – dijo la madrina que era hada también (como suelen ser las madrinas de los cuentos) – “El baúl te seguirá allá donde vayas, te seguirá bajo tierra y cuando quieras que suba no tendrás más que llamarlo por su nombre, Manolo. Así que mete dentro de él solo lo imprescindible, es decir, tus tres vestidos nuevos, tan sencillos y discretos, y tus joyorros de diamantones y piedras preciosas”.

La princesa hizo todo lo que le dijo su hada madrina (me pregunto si se hubiera tirado a un pozo si la madrina se lo hubiera sugerido) y metió en el baúl Manolo lo imprescindible, se puso la piel de asno y se alejó del reino. La princesa caminó y caminó, en algunos trechos hizo autostop a las carretas que pasaban. Por fin llegó a un reino muy muy lejano y decidió quedarse allí porque estaba muy cansada de un viaje tan largo.

piel de asnoPiel de Asno en un robado-posado.

... continuará...

jueves, octubre 12, 2006

Caperucita por correo

paquete para la abuelaCaperucita se moderniza

lunes, octubre 09, 2006

La Ratita Presumida

E
rase una vez una rata que andaba pasando la aspiradora por su casa cuando de repente el artilugio se atascó porque se había tragado algo. Asi que la señorita rata sacó la bolsa del aspirador y ¿qué encontró allí? Pues una moneda de oro. ¡Toma ya! Y ella que pensaba que ya no iba a llegar a fin de mes. Como la moneda ya le quemaba en el bolsillo, desenchufó la aspiradora y se fue corriendo de compras. (Y aún os preguntaréis por qué la ratita no llegaba a fin de mes).
Regresó por fin la ratita a su casa con su compra. ¡Un lazo! Pero era un lazo de una calidad impresionante, le había costado una moneda de oro así que ya podía ser buena. Total, que la rata se la puso en la cabeza, entre oreja y oreja para lucirla bien, y volvió a encender el aspirador. Empezó a limpiar la entrada de su casa porque quería lucirse y que las vecinas se murieran de envidia por ese pedazo de lazo que se había plantado con tanta gracia.

La ratita presumida ya sabe qué comprarse

Y en ésto que pasó por allí un burro y se le quedó mirando a la señorita rata con cara de cordero degollado. La ratita pestañeó al mas puro estilo coqueto. Siendo rata como era, pocos varones se habían jamás fijado en ella, pero no olvidemos que llevaba puesto un lazo expectacular.
Y el burro sin más le soltó: "Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?". ¡Toma ya! Qué burro más directo, ni ¿estudias o trabajas?, ni ¿quieres que vayamos al cine?. ¡La mano que quiere ya!. La verdad es que la cinta sí que fue una buena inversión.
Y la ratita le contestó: "¿Y cómo harás por las noches?". La rata también era de las directas, siempre pensando en lo único.
El burro se quedó un tanto patidifuso y le contestó: "iiiiiia, iiiiiiiia". La ratita entonces le contestó que tenía que lavarse el pelo y el pollino se marchó con el rabo entre las piernas.
Mientras la rata seguía pasando la aspiradora, se paró en frente de su casa un ratón. El ratón también le pidió en matrimonio deslumbrado por el lazo de a moneda de oro. Y la ratita volvió a preguntar por los hábitos nocturnos del pretendiente. El ratón contestó muy orgulloso que él lo que hacía era "Dormir y callar". La ratita entonces le dijo que tenía dolor de cabeza y que ya le llamaría. Otro más que se fue con el rabo entre las piernas y el "corazón partío" por la Señorita Rata.
La rata siguió con su tarea marujil y esta vez pasó por delante de su puerta un gato. Y, como este buen animal tampoco le vio anillo de casada con una fecha por dentro, también se dignó a pedirle la mano. La ratita volvió a preguntar por sus costumbres nocturnas y el gato contestó: "Pues todas las noches juerga y desenfreno. Salir de copas y tapeo, y dar la serenata con mi grupo de rock por el vecindario. Soy un gato de la noche, no me gusta madrugar y lo que me gusta es el bacalao hasta que aguante la maquinaria".
Ahora puedes elegir tú el final del cuento: si piensas que lo mejor sería que la ratita le mandara un sms al ratón y aceptar sus buenas intenciones, pincha aquí; si lo mejor sería que cayera rendida a las patas del gato, pincha aquí; si la rata debería dar una segunda oportunidad al burro, pincha aquí.

La rata se quedó espantada de la contestación del minino, le dijo que ella le consideraba un buen amigo y que no querría estropear la amistad y bla, bla, bla. El felino arrancó su moto y se fue con la música a otra parte. Una vez se quedó sola, la ratita decidió mandarle un sms al ratón y haceptar su proposición de matrimonio: "Hola wappo!Si qro.Bss.RP"
La noche de bodas llegó y el ratón, como había prometido, se durmió. Y así sucedió todas las noches para el resto de sus vidas.
Para leer la moraleja, pincha aquí.


A
la ratita se le hicieron los ojos chiribitas al escuchar la contestación del gato. No se lo pensó dos veces, aceptó la propuesta de matrimonio y se montó de paquete en la Harley del felino.
Pasaron los años y de la mala vida la salud de la roedora se resintió, tras perder el tabique nasal el gato se la comió, por algo él era gato y ella rata.
Para leer la moraleja, pincha aquí.


Nuestra ratita se asustó de oir aquel comentario y como ella era juerguista pero no tanto, se decidió a aceptar la propuesta de matrimonio del burro.
Se celebró la boda en la que los señores de Presumida y los señores de Taxi tenían el honor de invitar al enlace de sus hijos: Ratita y Burro. Una vez casados, se mudaron a vivir cerca de los padres de él y los suegros mangonearon a la ratita hasta el final de sus días.
Para leer la moraleja, pincha aquí.



Moraleja: No te gastes el dinero en complementos.

miércoles, octubre 04, 2006

Griselda (y IV)

Enlaces a Griselda (I), (II) y (III)


Charles Perrault (1628-1703) escribió su cuento en verso titulado Griselda en 1691. Podéis leer el original en francés aquí .
La Griselda de Perrault está basada en la Paciente Griselda del Decamerón (X, 10) de Boccaccio, escrito entre los años 1350 y 1353.
Sobre esta última Griselda y sus peripecias existen tres cuadros en la National Gallery de Londres (probablemente pintados entre 1493 y 1500).

La Historia de Griselda, Parte I


La Historia de Griselda, Parte II


La Historia de Griselda, Parte III

La imágen usada en Griselda (I) es el cuadro "Griselda" de Maxfield Parrish.
La imágen usada en Griselda (III) es el cuadro "The Patient Griselda" de Frank Cadogan Cowper.

¡Ah!, se me olvidaba, la moraleja del cuento es:
Sed buenas, virtuosas y sumisas que si no conseguís un cabroncete por marido, lo tendréis por padre.

martes, octubre 03, 2006

Griselda (III)

Enlace a Griselda (I)

Enlace a Griselda (II)


uando el príncipe le contó sus planes a Griselda, ella se puso muy triste y lloró, lloró mucho, pero como era una decisión de su marido al que tanto quería, tanto respetaba y tanto obedecía, pues lo aceptó. Griselda sabía que un príncipe se debe a su oficio, que tiene que dar un heredero a su reino y que debe casarse con una mujer de un cierto estatus. Así que cogió sus ropas viejas de pastora y se fue a su antigua casa, volvió a coger sus aparejos de hilar y se fue al lado del riachuelo a pastorear y coser a la vez.

Justo el día de la boda, el príncipe llamó a Griselda para que fuera al castillo a ayudar con los preparativos de la boda. El príncipe quiso también que Griselda conociera a la que iba a ser su mujer. A Griselda le pareció tan guapa la chica, tan joven y tan buena que pensó que si su hija hubiera vivido le hubiera gustado que fuera tan guapa como la nueva princesa. No solo ayudó a vestir a la novia para la boda sino que también se ofreció a peinarla ella misma (las damas, claro, no la dejaron porque todos sabemos como se peinan las pastoras). Griselda trató a la chica muy bien y con mucho cariño (debe ser que la sangre realmente tira).

Justo antes de que el príncipe fuera a casarse con la jovencita, Griselda quiso hablar con él, pero en vez de quejarse por todo lo que le estaba pasando (como el príncipe esperaba), lo que le dijo fue que procurara que a la chica no le faltara de nada y que fuera bueno con ella. Que la futura princesa era muy dulcecita y que no podría soportar crueldades, así que él debería cuidarla.

Lo que le dijo Griselada enterneció tanto al príncipe que proclamó:

“Estimado pueblo, tengo que hacer un comunicado” – La gente ya conocía el tipo de comunicados que daba ese príncipe, así que prestaron mucha atención – “He decidido que no voy a casarme con esta jovencita. Quiero que sepáis lo buena soberana y virtuosa que es Griselda” – y contó en el pregón que estaba dando lo que acababa de pedirle Griselda – “Por eso quiero que sepáis que no me pienso divorciar ni separar de ella.” – Todos se pusieron muy contentos y sobre todo la princesita y el caballero que ya no tendrían que encargarse de liquidar al príncipe si se querían casar. – “También tengo otra cosa que decir. Que no me voy a casar con esta señorita que tengo a mi lado porque resulta que es mi hija, la hija de Griselda y mía que no murió de bebé sino que se la dejé a las monjas del convento de las benedictinas descalzas del sagrado corazón de Jesús y los apóstoles para que la cuidaran y educaran como tan bien han hecho”

Todo el mundo empezó a gritar - “Bieeeeeeeeeeeeeeeeennnnnnnnnnnn”- y a aplaudir como si fuera el final de la peli de los Goonies. Griselda fue corriendo a abrazar a su hija (de la que ella ya había notado el tirón de la sangre) y se pusieron a llorar como unas magdalenas, pero de alegría. Estaban tan contentas que no culparon al príncipe cabroncete por lo que había hecho. El príncipe se enterneció (ya era hora) y las abrazó a las dos pues las quería un montón aunque no lo pareciera.

“Aún no he acabado” – dijo el príncipe y todo el mundo se calló. – “Griselda, vístete como mereces y debes que aún nos tenemos que ir de boda. ¿Veis a este mozetón que esta aquí? Pues es el novio de la princesita, así que se van a casar ahora que lo tenemos todo preparado y a la niña ya la tenemos vestida de blanco. Y ya que nos ponemos, vamos a hacer la coronación de la parejita como herederos del reino.”

Muchos mas “bieneeeeeeeesssssssss” y “vivaaaaaaaaaasssssssss” que se oyeron.

Griselda se vistió de princesa, que para algo lo era y se celebró la boda.

Y todos fueron felices y comieron pastel de boda.

Griselda sufre

La paciente Griselda espera que su marido no le ponga otra prueba

lunes, octubre 02, 2006

Griselda (II)

Enlace a Griselda (I)


n una carroza de oro y diamantes y piedras preciosas, muy sencilla ella, los lacayos condujeron a la pareja al castillo donde todo estaba listo para el casorio. Todo el reino vio perfecta la elección del príncipe pues Griselda era tan sencilla, tan modesta, tan guapa y tan elegante que sería la princesa perfecta. La boda fue lujosa y pomposa, como merecía ser la boda del príncipe y la princesa más atractivos que jamás se vieron.

El príncipe era tan bueno en su labor de esposo como en su faceta de cazador, que donde ponía el ojo ponía la flecha, que a los nueve meses justos del bodorrio la princesa Griselda dio a luz a una niña. La bebita era tan guapa tan guapa que, a diferencia de cualquier príncipe de la época, el príncipe estaba tan feliz con su niña, vivo retrato de su madre, como si hubiera tenido un varón. Griselda también quería mucho a la princesita, tanto que se decidió por amamantarla ella misma, no es que en aquella época existieran los biberones con tetina de látex antialérgica, pero sí que se estilaba que se contratara a un aya para criar a los hijos de los reyes.

Era todo tan bucólico y feliz que, como en estos casos suele pasar, al príncipe le volvió a dar aquella vena que tenía justo antes de decidirse a ir al altar con Griselda. Empezó a dudar de la excesiva virtud de su mujer. Ella era demasiado buena, tanto que a él le resultaba cargante. El príncipe empezó a poner pruebas a su esposa, pruebas que hicieran a Griselda reaccionar, chillar, considerar algo injusto o simplemente fruncir el ceño.

Tal era la obsesión del príncipe que lo primero que hizo fue encerrar a Griselda en uno de los torreones del castillo. Griselda lo tomó bastante bien y pensó que así podría estar más tiempo a solas con su bebé. Como ésto no funcionó y el príncipe no consiguió ver el lado malo de la princesa, le dijo un buen día. “Griselda querida, creo que deberíamos apartar a la niña de tus faldas que va a acabar muy malcriada y una princesita debe ser educada para ejercer correctamente su papel en la corte y, perdona que te diga, pero tú no has sido educada para ser capaz de guiar a nuestra hija por ese camino tan duro”. Griselda lo entendió perfectamente y consintió que las damas educaran a la niña. El príncipe no podía creer lo que veía. Se le ocurrió entonces que la solución para despertar la “mala leche” de su mujer podría ser darle un disgusto muy grande. Un buen día sacó a su princesita del castillo y la llevó a un convento para que unas monjas la educaran sin saber que era la hija del rey, y no se le ocurrió otra cosa que decir a su mujer que a la niña le había dado un tabardillo y que había muerto. Griselda lloró y lloró desconsolada. El príncipe se dio cuenta entonces de lo “cabronazo” que había sido y se sintió realmente mal. Griselda que vio a su marido decaído pensó que era por la muerte de la niña de sus ojos y en vez de preocuparse por ella misma y su propio sufrimiento, se volcó en el cuidado del príncipe.


El príncipe no quiere que su hija esté enmadrada


El príncipe no le contó nada a Griselda sobre la gran bola que le había metido. Pasaron 15 años, 15 años felices para el matrimonio de príncipes que se querían un montón y que eran un par de babosetes todo el rato que si besito por aquí que si besito por allá.

Mientras tanto la princesita estaba ya en la edad del pavo. Ella no sabía que era una niña de alta cuna y vivía feliz en su ignorancia. Era tan guapa y virtuosa como su madre y tan elegante y atractiva como su padre. Como ya estaba en edad de merecer, uno de los caballeros del reino, guapo y bien plantado, le tiraba los tejos. Ella se resistió a palabras mayores pero le aceptó como novio (de los de darse solo la manita y nada mas, no os vayáis a creer...). El príncipe, el padre de la chica, vio bien esa relación tan casta y tan pura, pero volvió a preocuparle una cosa: en esa familia parecía que todas las chicas iban a ser igual...

Así fue que el príncipe decidió que lo mejor sería hacer pasar a los chicos algunas pruebecitas para ver si era amor de verdad o era solo un rollete, casto pero rollete al fin y al cabo. “Y” – pensó – “ya de paso vuelvo a probar a mi esposa, que no es que dude de ella, pero quiero mostrar al reino lo valiosa que es y la joyita que tienen por soberana”. Al príncipe se le iluminó la cara, porque como os habréis dado cuenta a estas alturas del cuento, al hombre le iba el rollito del sadismo, y tenía un traguito el pobre.

El príncipe hizo una proclama ante su pueblo. Debido a que su mujer no le había dado ningún hijo que heredara la corona pues había decidido, así de repente, que lo mejor era divorciarse de Griselda y casarse con otra mujer más joven, más virtuosa y con las carnes más prietas. Dijo que la doncella con la que se iba a casar era de buena familia y había sido criada por unas monjas que la habían educado a las mil maravillas para ejercer como soberana (no como Griselda, que había sido educada para ser pastora). La noticia no sentó muy bien a la princesita y el caballero porque les iban a separar.


... continuará...

domingo, octubre 01, 2006

Griselda (I)

rase una vez, en un reino bastante retirado, un joven príncipe, guapo, elegante, bien educado, culto, buen guerrero y cazador, amado por todos sus súbditos sin excepción ... en fin, un príncipe que valía un potosí y dos potonós.

Pero este buen hombre tenía un defecto, y éste era que desconfiaba de todas las mujeres, pensaba que todas ellas eran unas lagartonas interesadas que sólo iban con los hombres como él por el dinero o por el interés social. Pensaba que no existía ninguna mujer digna de ejemplo y que todas tenían el poder de tener a los hombres pisoteados, si es que no les ponían una cornamenta como la del padre de Bambi. Unas malas pécoras todas. Para él no valía aquello de que “todas unas guarras menos mi madre y mi hermana” puesto que no tenía ni madre ni hermana... para él todas eran unas guarras, todas absolutamente todas.

Por culpa de esta no tan grata opinión que tenía de las mujeres, el príncipe no quería casarse ni a tiros. No sé ya si por misoginia o por pura cabezonería, pero es que no quería pasar por el altar ni aun a punta de ballesta. Había visto a muchos príncipes amigos suyos dejar de acudir a la cita diaria de cacería por culpa de sus jóvenes esposas que después de la boda se habían hecho con los pantalones en el castillo.

Este defecto (que cualquier hombre vería como una virtud) hacía que su reino estuviera preocupado. ¿Cómo podía el príncipe dar un heredero al reino si no se casaba? Desperdiciar tantas cosas buenas como él tenía sin pasarlas a través de sus genes a su descendencia... inconcebible para la época (por aquel entonces no valía hacer lo de Michael Jackson de tener hijos “sin madre” para heredar el reino).

El príncipe, todos los días después de haber ejercido como soberano y haber dictado sus leyes, firmado sus papeles y ordenado sus cosas en el castillo, se iba de cacería. Le gustaba la caza, pero también salía a los bosques porque estaba más que harto de los sermones de sus consejeros. Que si a ver cuándo te casas, que si se te pasa el arroz, que si forma parte del trabajo de príncipe...

Un día, en una de sus salidas caceriles por los bosques de su reino, resultó que el príncipe se despistó del grupo de amigotes con el que había salido. Y como nuestro príncipe no era muy bueno en eso de la orientación (y como a todo hombre le resultaba casi ofensivo eso de mirar el mapa) pues se perdió. Otra cosa que tenía este príncipe es que tenía una suerte que lo flipas y dio la casualidad que en su galopar sin rumbo apareció en un claro del bosque donde había una joven pastora que estaba hilando al lado de un riachuelo mientras cuidaba de su rebaño. Allí estaba ella en una pose tan “chenchual” hila que te hila con todos sus aparejos de costura: la rueca, las lanas, los hilos y las agujas. Podéis haceros una idea de lo que le gustaría hilar para haberse llevado tanto artilugio al bosque con lo que debía de pesar todo aquello. La escena era tan bucólica que el príncipe se atrevió por fin a pedirle indicaciones para volver a su castillo. La joven doncella le vio tan perdido que decidió acompañarle un rato. Ella no paraba de sonreírle y de ponerle ojitos tiernos. Fue tan amable, dulce y estaba tan buena que al príncipe no le quedó otra que enamorarse de ella.

Nada mas llegar el príncipe a su castillo se hizo un planito de cómo llegar al lugar dónde había encontrado a la bella. Investigó, yendo a verla muy a menudo, que ella se llamaba Griselda y que vivía con su padre en una casita del bosque. Griselda era todo virtud, discreta, sencilla y paciente, no hay mas que ver que no se avergonzaba del nombre que le habían dado...

Habiendo encontrado por fin a la chica que era la excepción a su opinión sobre las mujeres, el príncipe comunicó que había decidido casarse al fin. “Elegiré como esposa” – dijo – “a una doncella del reino, bien nacida, discreta y muy guapa”.

Como todas las chicas en edad casadera del lugar querían ser las elegidas empezaron a bajarse dobladillos, subirse escotes y refinarse en el hablar. El día elegido para el gran bodorrio del siglo llegó y el príncipe, ante la sorpresa de todo su cortejo (que estaban arregladísimos y monísimos para el evento), fue en busca de Griselda al bosque. Ella ya estaba arreglada y con la raya del ojo hecha puesto que, como súbdita, también estaba invitada a la boda. “Griselda” – dijo el príncipe – “¿a dónde vas tan deprisa y tan guapa?”. “A la boda real” – dijo ella. La verdad es que no había que tener muchas luces para darse cuenta de que así no iba a ir a hilar y pastorear al lado del río... “Aquí te traigo el traje de boda más bonito del mundo mundial porque el príncipe soy yo y quiero que seas tú mi princesa.” Griselda, que era muy sumisa y muy obediente, volvió a meterse a su casa a cambiarse de ropa y como ella era tan mona y el príncipe tan suertudo, pues el vestido le sentó a las mil maravillas. La chica era muy apañadita, se hizo un peinado como el que no quiere la cosa que era digno de una princesa.

Griselda Griselda poniéndose mona.

... continuará...